
Cuando se vive una situación adversa, ya sea en lo individual o en lo colectivo, las dos primeras preguntas que vienen a la mente son: ¿cómo pasó esto? y ¿por qué a mí?. La primera busca entender no sólo la forma sino también las circunstancias, la evolución de los hechos que condujeron a tal situación. La segunda busca un enfoque más interno, quien se pregunta considera la adversidad como un castigo inmerecido, lo cual muchas veces resulta un juicio equivocado. En los últimos años, la situación crítica y conflictiva que ha permeado la vida en Venezuela ha llevado a los venezolanos a hacerse estas pregunta todos los días. Y aunque ocurre pocas veces, existe un libro que responde de manera contundente ambas interrogantes.
Dos frases son propicias para introducir el libro. Muchas veces escuché "La historia se repite si uno lo permite" y "Hay que conocer el pasado para entender el presente". La historia contemporánea de Venezuela, por culpa de la forma en que es impartida en las instituciones educativas, resulta tediosa, pesada y poco interesante. En los libros y en las clases, la emoción acaba con Simón Bolívar y los demás héroes patrios, pero el siglo XX es presentado como una sucesión de nombres y hechos puntuales, con dos períodos dictatoriales intercalados, y un resumen escueto de cinco años en uno o dos párrafos. Pero en ese vacío de información que deja la academia, afortunadamente la Literatura ha venido al rescate, volviendo agradable, apasionante incluso, nuestra historia.
Francisco Suniaga es uno de los mejores escritores venezolanos de la actualidad y su libro El pasajero de Truman es una joya literaria que da luz sobre un momento y un personaje, claves en el destino actual de Venezuela, pero cuya historia es desconocida por la gran mayoría de los venezolanos. La novela discurre en dos líneas temporales. La primera cuenta la vida de Diógenes Escalante a lo largo de la primera mitad del siglo XX y la segunda recrea una conversación ficticia entre Román Velandia y Humberto Ordoñez (alter egos de Ramón Velásquez y Hugo Orozco, dos personajes reales de la historia política venezolana del siglo XX) quienes tras sesenta años sin verse y sin hablar, se separaron en 1.945, deciden evocar esos años como legado histórico y para evitar que la historia se falsee. Uno de ellos dice al otro:
"A mi modo de ver, no tiene caso negarse a hacer público lo que sabe. Bien visto, lo conveniente es divulgar la mayor cantidad de información posible para que luego la imaginación de los historiadores no distorsione tanto la verdad de lo acontecido."
¿Por qué? porque la historia le pertenece al colectivo, no sólo a los actores; y por lo tanto, existe la responsabilidad de contarla, de hacerla pública para no dejar en ignorancia a las personas. Es por ello que un capítulo desconocido de la historia venezolana es el que se intenta esclarecer en esta novela. Diógenes Escalante fue un político venezolano con amplia trayectoria diplomática, a quien las circunstancias y los protagonistas de la historia llevaron en 1.945 a una posición delicada y riesgosa: ser el candidato para la presidencia de Venezuela. Se trataba de un hombre refinado, elegante, culto, acostumbrado a vivir en el primer mundo (París, Londres, Ginebra) y alguien que ya en 1.936 veía la importancia del petróleo dentro de la economía nacional y quería hacer algo por el analfabetismo, el hambre, las epidemias. Escalante decía que Venezuela no tenía problemas, sino necesidades que debían ser atendidas parea que no se convirtieran en problemas. Hasta entonces, la historia política de Venezuela había tenido una lista rebosante de caudillos psicópatas y psicopatógenos. Estaban locos y volvían locos a los demás: Cipriano Castro, Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras, entre otros, cuyo heredero más reciente fue Hugo Chávez. Sobre ellos, Suniaga escribe:
“La dimensión de lo ridículo es uno de los parámetros que los autócratas rompen, y lo hacen tan a menudo que quienes los rodean llegan a creer que esa conducta es normal, cuando, ni por asomo, lo es. Peor aún, los imitan y promueven en los demás esa actuación ridícula. Los autócratas no sólo son psicópatas y psicopatógenos, Humberto, también son ridículos y ridiculizadores”.
En 1.941, Eleazar López Contreras cedió la presidencia Isaías Medina Angarita pero en 1.945 la quería de vuelta. A pesar de haber sido amigos antes de eso, ahora Medina Angarita se oponía al retorno de un caudillo megalómano y López Contreras, entonces, lo acusó de traición. "Es la maldición del poder: une a los hombres para separarlos luego." La salida, una tercera vía que era aceptada por ambas partes y por el cuerpo militar, era Diógenes Escalante. Además, la mayor ambición de Escalante había sido precisamente la de ser Presidente. Dos veces se la habían negado a las puertas del cargo (Gómez en 1.931, López Contreras en 1.941) y eso le había traído depresión y un abatimiento propio de la gloria prometida, luego negada. Escalante creía que su deseo de ser presidente era un "demonio vencido"; pero cuando Medina Angarita lo llama, reviven esos viejos sueños y se crea un conflicto interno y vacilaciones éticas: sabía que no debía, pero quería hacerlo. Hacerse a un lado, alejarse y dejar al país desamparado en una coyuntura política importante, le parecía irresponsable. Veía en la presidencia más que el cumplimiento de un sueño, una misión que él y sólo él podía llevar a cabo para el bien de su país, sabía cuáles males aquejaban a la nación y además había pensado en las soluciones a dichos males. Era “un mandato ético que no podía evadir” pero Suniaga advierte, a través de uno de sus personajes, que “ser presidente de una Venezuela que no tenía noción de lo que era ni a donde iba” era una aventura. Y nunca mejor dicho, una locura.
Venezuela es hija de la prisa; se hizo de prisa, se independizó de prisa y querían hacer una transición a la democracia a la misma velocidad. En un país en el cual la política siempre ha sido una carnicería, en el cual los poderosos no han conocido la diferencia entre gobernar y mandar y en el que los ciudadanos no ven al presidente, ni él mismo se ve así, como el encargado de administrar el Estado, sino como el dueño de la Hacienda, de la Bolsa, el que reparte, es dueño de la tierra y reparte los reales, Diógenes Escalante parecía ser por fin un héroe digno de llevar a cabo la tarea de conducir a Venezuela a una Democracia estable. Entonces ¿qué salió mal?
En la primavera del ’45 Escalante confiesa que lo intranquiliza un poco la inminente presidencia y que no duerme bien pensando en quienes pueden conspirar contra él. Tiene dudas, preocupaciones y un médico recomienda hacerle unos exámenes para descartar algo que pueda tener, pero la advertencia es ignorada. Militares gomecistas, militares modernos, civiles golpistas, civiles democráticos, todos querían la silla presidencial para sí, pero todos se la ofrecían a Diógenes, endosándole una creciente presión e intranquilidad.
Ese acontecimiento representó un punto de inflexión en la historia contemporánea de Venezuela, porque el fracaso del proyecto Escalante, dio pie a cuatro golpes de Estado y en gran parte a la ingobernabilidad del país durante medio siglo. La otra parte responsable de esta ingobernabilidad son los mismos venezolanos. Nuestra crisis eterna ha provenido del intento de los presidentes de gobernar eternamente, pero la conciencia colectiva ha sido copartícipe, disfrazando vicios con la etiqueta de "identidad". Frases como: "La política en Venezuela, desde Bolívar hasta el presente, era la resultante de una praxis continuada de viveza criolla, de esa que, tanto que nos jactábamos, formaba parte de nuestra condición humana" o "el éxito en nuestra cultura es intolerable" reforzada con "La envidia no nos deja ver lo importante que es para una sociedad que quienes están dotados para tener éxito en algún campo, más si se trata del área de los negocios, lo tengan", son de una vigencia escalofriante. Por otro lado, en Venezuela se ha buscado distribuir los ingresos petroleros a través de mecanismos populistas que no generan empleos permanentes y eso abre espacio a la corrupción; y la gente de este país posee "…esa condición perversa que se esconde en algún rincón de nuestro gentilicio y nos lleva a escarnecer a nuestros héroes rotos. Esa estupidez que nos induce a hacer chistes fáciles, a reír de la tragedia personal", a veces lo llamamos buen humor pero hay una línea delgada entre ese concepto y la burla hiriente. Las autoridades parecen haber ignorado siempre, o no les ha importado, el orden social: “El problema es que cuando se pierde [el orden social] y la anarquía destruye las sociedades, se cae en cuenta de que el orden hay que cuidarlo a diario porque es muy difícil restablecerlo una vez que desaparece”.
Todo esto hace de Venezuela un caso atípico en muchos sentidos, lleno de contradicciones y rarezas. Por ejemplo, la Democracia venezolana nació con un golpe militar; "es un país complejo y complicado aunque no lo parezca, que cambia más rápido de lo que se puede percibir" y sin embargo, a pesar de todos esos cambios "Aquí todo se repite". Aquella idea filosófica del eterno retorno se hace palpable en una sociedad, un país, unos gobernantes, que hasta ahora no han aprendido a hacer las cosas de manera diferente. ¿Cómo es posible que nuestra conducta haya permanecido casi igual a pesar de todo lo que hemos vivido? En lo personal, pienso que así había sido. Hasta ahora. Juan Guaidó es el Diógenes Escalante de este momento tan delicado en la realidad política venezolana. Parece un hombre hecho a la medida para la tarea que ha asumido y sus esfuerzos han dado resultados que, poco a poco, han hecho resurgir la esperanza en un pueblo que estaba cansado de creer. Sin embargo, hay una gran diferencia entre él y el diplomático Escalante: no está solo. El apoyo social, institucional, dentro y fuera del país, se ve en las calles, en las noticias y será el factor determinante en el éxito de esta rebelión pacífica. Una golondrina no hace primavera. Pero somos millones de golondrinas ahora. Y si viene Nietzsche con su Zaratustra a recordarnos la idea del eterno retorno y de que estamos condenados a repetir los mismos errores del pasado, le diremos: No esta vez.
Reseñado por @cristiancaicedo
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