
Siempre me ha llamado la atención cuando los escritores escriben ensayos sobre otros autores y libros, porque es una manera de establecer una especie de genealogía, de herencia literaria. Por ejemplo, Cortázar admiraba a Borges, a Onetti, a Verne, a Poe y estos a su vez admiraban a otros autores anteriores, de manera que el lector va descubriendo (si no los conoce) universos literarios que cautivaron a los escritores que luego los cautivaron a ellos.
Pido disculpas a Mario Vargas Llosa por no haber comenzado a leer su obra un poco antes. Hace unos cinco o seis años, leí un par de sus libros, pero me concentré en Cortázar, Saramago, Kundera y García Márquez. Sin embargo, en los últimos seis meses he leído no menos de diez de sus libros y lo reconozco como uno de mis escritores favoritos, uno de mis pilares literarios. Así que cuando tuve entre mis manos este libro que escribió sobre Madame Bovary y su autor Gustave Flaubert, me dije que tenía que leer al francés para luego escudriñar el ensayo del Nobel peruano y ver hasta qué punto coincidíamos. Hace algunos días dejé mi opinión sobre la novela de Flaubert en este enlace:
El ensayo de Vargas Llosa es sumamente completo (más de 200 páginas) y habla primero sobre su experiencia personal con la novela, luego hace una especie de disección de los elementos de la obra y finalmente la sitúa en el contexto histórico y en el lugar de gran relevancia que tiene dentro de la historia de la novela; de todo ello, destacaré algunos puntos que llamaron mi atención.
Para Vargas Llosa, la magia de Madame Bovary es la combinación y equilibrio de cuatro elementos: rebeldía, violencia, melodrama (cursilería) y sexo. Es cierto que todos estos elementos están presentes y que ninguno predomina en extensión sobre otro; incluso el sexo, que es el motor de las acciones, es tratado de una manera tan cuidada y distribuido de forma tan experta a lo largo de la novela que le da un nivel superior: la novela es más sensual que sexual, la dosificación y distribución de lo erótico es clave; no es siempre sexo gráfico (debido a la censura de la época) pero sí sugerente, dejando entrever, ocultando, callando, mostrando apenas lo justo para que la imaginación del lector haga el resto. “He comprobado que la excitación es más profunda en la medida en que lo sexual no es exclusivo ni dominante” dice Vargas Llosa, y coincido plenamente.Emma Bovary, esa heroína libra una batalla de la que sale derrotada, no porque estuviera equivocada, sino porque “…la lucha era desigual: Emma estaba sola, y, por impulsiva y sentimental, solía equivocar el camino, empeñarse en acciones que, en última instancia, favorecían al enemigo”. Quería realizar su vida aquí, ahora, con su cuerpo, sus sentidos, sus deseos y tanto Charles como sus amantes resultaron no estar a la altura de las aspiraciones de Emma de vivir como leía ella en sus novelas.
En el ensayo y a través de las cartas de Flaubert, Vargas Llosa realiza una radiografía de la historia de esa novela, mucho más completa que lo que hubiera sido un libro escrito con esa intención. Es así como logra rastrear y explicar los escenarios, los hechos, los personajes y sus representantes o modelos reales y el método de trabajo que empleó Flaubert durante más de cinco años para lograr escribir semejante obra. Se avocó a “…el saqueo consciente de la realidad real para la edificación de la realidad ficticia” con un perfeccionismo obsesivo que le llevó a corregir cada nueva edición que se hiciera mientras aún vivía. El francés reescribía las frases una y otra vez hasta encontrar la palabra que consideraba correcta y entonces la pronunciaba en voz alta y juzgaba su sonoridad. Ese empeño por lo estético fue uno de los elementos que destacaron en la novela porque hasta entonces, lo bello estaba en el teatro y en la poesía; las novelas eran un "arte inferior".
Una de las cosas que me llamó más la atención de la novela y que Vargas Llosa también destaca, es esa plenitud que se da con dos extremos opuestos: la cosificación del hombre y la humanización de los objetos. En Madame Bovary muchas veces no vemos a los personajes, sino una parte de ellos: sus manos, los guantes, los pies, un sombrero y el movimiento de estas cosas va dictando la marcha de los acontecimientos. Por otra parte, hay escenas en las que un objeto muestra toda una emoción o situación. Cuando la primera esposa de Charles fallece, él entra a la habitación y ve el vestido de ella colgado, inerte, apasible, vacío; es el resumen de lo que viene, esa ausencia permanente a partir de ahora. Junto a esto, otro elemento destacado por Llosa y que amé en la novela es el uso de lo que Proust llamó el dato escondido, ese narrar por omisión en el que contaba sin contar. La imagen más memorable es el primer encuentro sexual entre Emma y León. Flaubert no narra una sucesión de caricias y jadeos. Los amantes entran a un fiacre y el autor narra el viaje de ese fiacre a lo largo y ancho de varios caminos, dándonos a entender que los jóvenes están teniendo sexo durante un tiempo prolongado mientras el cochero da vueltas por los caminos, pero a medida que nombra lugares y carreteras, el lector va imaginando lo que va ocurriendo dentro del fiacre. Esto me pareció de una genialidad divina.
Otro elemento, quizás en el que más insiste Vargas Llosa, es en el trabajo, en la dedicación. Escribir no es esa actividad que parte de la inspiración de una musa repentina. Escribir, para un novelista, es sudor, trabajo y oficio. Flaubert escribía, reescribía, borraba, planeaba, podía tardar semanas en escribir un párrafo. De hecho, en la biblioteca municipal de Rouen se encuentra la obra completa: 46 hojas grandes con los scénarios, es decir el plan, el argumento, capítulos, personajes etc; 1.788 hojas de borradores (escritas por ambos lados) y 487 páginas del manuscrito definitivo.
El anti héroe y la mediocridad inauguraron con Madame Bovary, la novela moderna, con un romanticismo completado que sin abandonar los elementos románticos clásicos, agregó otros para reflejar un cuadro mucho más entero, total. Para el francés no había temas buenos ni malos, todo dependía del tratamiento, porque el novelista debía ser un artista que elevase la ficción más sencilla al status de verdadero arte.
Flaubert dijo, al ver su novela publicada, que era el resultado más de paciencia que de genio, más de trabajo que de talento, a lo que Vargas Llosa dice, en el mejor cierre que puede tener ese libro y este post, que “su genio está hecho de paciencia, su talento es obra sólo del trabajo”.