Jorge Luis Borges / Citario del Cardumen, n°1 / @acostacazorla*

Este poema es el prólogo de la versión del I-ching de Richard Wilhelm
El porvenir es tan irrevocable
como el rígido ayer. No hay una cosa
que no sea una letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable
cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida
es la senda futura y recorrida.
Nada nos dice adiós. Nada nos deja.
No te rindas. La ergástula es oscura,
la firme trama es de incesante hierro,
pero en algún recodo de tu encierro
puede haber un descuido, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha
pero en las grietas está Dios, que acecha.
Jorge Luis Borges
Fuente
¿Será, entonces, Jorge Luis, señor del reloj en el tintero, que la luna llena de mañana será tan irrevocable como la que nos alumbró ayer?
Digamos que acepto que es verdad, que no hay nada que no viva en algún punto silencioso del laberinto del gran reloj; entonces le pregunto, poeta, la fecha y los detalles de mi muerte.
Tus sentencias me acercan cuando me alejo, me dejan en los predios de la culebra que se muerde la cola, y echan a volar al colibrí del destino batiendo las alas más rápido que la luz, llegando antes de partir.
Borgeana fiesta universal: dionisíaca, caótica, borracha, truncada en severa institutriz inglesa.
Luego me dices que no me arredre, que no le tema a la oscura ergástula, y me enseñas la trocha, el camino verde que salva del abismo.
Pones a mi servicio la antítesis de cancerbero, olfateando, mostrándome la grieta por donde se asoma Dios.
Habla, duende de los laberintos,
Amigo de copas del viejo Heráclito.
Acompáñame un momento, presentemos al mundo en un breve poema el oráculo milenario.
Lancemos las tres monedas, sincronicemos en la punta del alfiler del infinito un instante de nuestras vidas, encontrémonos con “el otro” en un “lento atardecer de verano”.
Agradecido por la lectura.



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