Para ganarte a una mujer, tienes que piropear. Te lo digo yo, con base. No solo hace falta que nos invites a comer, que nos lleves al cine, o que nos compres rosas. Tienes que hacernos sentir hermosas. Tienes que decirnos que tu vida no sería la misma sin nosotras. Tienes que hacernos levitar en nuestro aire de expectativas amorosas, que tanto nos encantan y que nos hacen tener sueños inimaginables. Se que no es mucho pedir, pero, hoy en día, los hombres están acostumbrados a guiarse bajo la imagen estereotipada de masculinidad vehemente. ¿Saben algo? El amor es bidireccional, y no tiene nada de malo hacernos sentir como reinas, porque, en el fondo, ¿qué mejor que ser el rey de esa reina?
No es por ser engreída, pero desde muy joven me decían muchos piropos, generalmente eran relacionados a mis ojos verdes. Recuerdo algunos: "Con esos ojos tan lindos quién quiere ver las estrellas”, “Tus ojos verdes me matan”, “Se están cayendo los ángeles del cielo.”
Y como esos muchísimos más. Los subidos de tono, no vale la pena mencionarlos.
Por mi parte, tuve suerte y me casé con un romántico absolutista. ¿Por qué lo llamo así? Porque absolutamente todo lo que salía de su boca era romántico. El amor era el común denominador de nuestra relación. Tras un año de novios y dos de casados, nuestro objetivo era claro: formar una familia dentro de un núcleo de felicidad. Parece banal, pero a veces lo mundano es lo que nos impulsa a un rango indiscutible de espiritualidad máxima. Y sí, es cierto que todavía no teníamos ningún hijo, pero estábamos en su insaciable búsqueda.
Digo esto porque es bien sabido que las relaciones se basan en construcciones longevas. Por supuesto que, a veces, esa magia inicial que nos deslumbró no está presente en todo momento, sobre todo después de mucho tiempo como pareja. Pero, eso no es ninguna excusa para que dejen de amarse como desde el día uno. Es decir, necesitamos piropos, donde sea que estemos. No importa si tenemos cien años de casados. Necesitamos esos piropos que provocan reverberación astral en nuestros cuerpos.
Mi esposo, afortunadamente, era de esos que siempre me hacía sentir como la mujer más perfecta de todos los universos existentes. Aunque, admito que, al celebrar nuestro segundo aniversario de casados, las últimas semanas, habían sido difícil para nosotros. Los obstetras nos seguían dando las malas de noticias de la ausencia del nuevo integrante de la familia que tanto anhelábamos. No perdíamos las esperanzas, pero su frustración era tangible y palpable, puesto que su fin último era hacerme feliz.
Una noche, después de una jornada de trabajo, mi esposo llegó a la casa malhumorado. Tenía tan mal carácter que me dijo algo que jamás me había dicho durante el tiempo que llevamos de relación. Me dijo que me veía más “gordita”.
Supongo que estaba pagando su ímpetu emocional conmigo. Sin embargo, no me importó en absoluto. ¿Por qué? Porque sí tenía unos kilos de más. Mi esposo me pidió disculpas inmediatamente y me dijo que me veía hermosa. ¿Recuerdan cuando les dije que lo más importante para conquistar a una mujer era diciéndole piropos? Bueno, mi esposo me había dicho el mejor piropo que jamás había escuchado. Y no, no era el de “hermosa”, sino el de “gordita”. Porque esos kilitos de más ya tenían una cuna esperándolo en el cuarto de al lado. No podía esperar a darle la noticia.
Hoy día tenemos dos hermosas hijas. :)
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