El joven lord
—¿Qué le pasa a padre? —preguntó la niña, aun con solo cuatro años pudo notar el sombrío semblante de su progenitor.
—No pasa nada, Nifa —respondió Alek, su hermano mayor, y le revolvió el cabello. Los soldados entraban en filas de tres al castillo de Invierno Negro mientras los hijos del lord y demás personas de importancia les recibían —. Recuerda que tienes que quedarte quieta junto a Raknir, ve.
—¡No quiero! —espetó, estaba a punto de ponerse a llorar. ¿Sería miedo acaso?
—Entiendo... Maestro Onduur —el orco reaccionó inmediatamente al llamado —, ¿podría escoltar a mi hermana hasta su habitación, por favor?
—Será un honor, joven lord —respondió, con su típico gesto serio, hizo una leve reverencia y tomó a la pequeña niña por la mano —. Acompáñeme, lady Nifa.
Observó al enorme maestro de armas y su pequeña hermana mientras se marchaban y, cuando estuvieron lo suficientemente lejos como para no escucharlo, suspiró: «No soy un lord. Farandel será un lord... yo no». Vio a Raknir, su otro hermano menor, mirándolo y escuchándole en silencio, parado a su lado. Todos los soldados entraron y el festín comenzó como estaba previsto. Él sabía que debía ir al salón principal a sentarse junto a su padre, como le correspondía ante la ausencia de su hermano mayor, y dedicar alguna que otra sonrisa hipócrita como un buen anfitrión. Le resultó más atrayente la idea de escabullirse a la oficina del administrador y maestro de moneda Anningan.
Al abrir la vieja puerta se encontró con la sorpresa de que el maestro estaba ahí, revisando unos viejos papeles entre la penumbra, con una pequeña llama de vela como única fuente de luz. El viejo elfo de las nieves también se sorprendió de ver al muchacho allí.
—Milord, ¿qué hace en mis aposentos?
—Perdóneme, maestro. No pensé que estuviese aquí —Alek nunca escatimaba en ser sincero, aunque su sinceridad resultara impertinente o hiriente.
—Oh, ya veo —dijo el maestro entre leves risas —. ¿En qué puedo ayudarle entonces?
—Yo solo... no quiero estar en esa fiesta llena de borrachos y falsas cortesías.
El anciano lo miró; conocía a Alek desde el día en que nació y sabía que, a pesar de haber sido entrenado en las artes de la espada y la lanza, era más un joven con predilección a los libros y música antes que a las armas, y con una sería contrariedad a la bebida. Le invitó a pasar: «Puede hojear lo que quiera y sentarse en ese balcón de allá. Sobre la repisa hay un par de velas». El chico entró, cogió un tomo de Los Eventos Previos a la Rebelión de los Elfos, aún en la oscuridad sabía dónde estaba.
—Oh, Los Eventos Previos a la Rebelión de los Elfos, es casi nuevo, solo tiene cinco años; un título no muy creativo para un libro muy interesante —afirmó el maestro, mientras seguía leyendo un trozo de pergamino que iluminaba vagamente con la vela —, casi tan interesante como la historia que llevó al sacerdote Rodrigo Poli a escribirlo. ¿Sabe de qué trata, joven lord?
—Sí —respondió Alek, con cierta precaución. Aquello le olía a trampa —, narra cómo las diferentes razas de elfos hicieron a un lado los conflictos históricos entre ellos, y otros hechos que desataron la Gran Guerra contra los humanos y el Imperio Ozim... o eso creo.
—Correcto, pero no todos las razas de elfos lucharon contra los humanos. Un par juraron lealtad al Imperio desde antes de iniciar la guerra. ¿Sabe cuáles fueron? —la escasa llama frente al rostro del maestro causaba un juego de sombras que le daba un tono siniestro a su piel blanca.
—Los elfos de las nieves... después, tras la batalla del Bosque de los Rostros, los orcos se sumaron a la causa, cambiando de bando —fueron los soldados de El Norte, en cuyas filas participó su padre comandado por su abuelo, Meqqusaaq Lluvia de Invierno, quienes vencieron a los orcos de Paterburg Nas, «Tierra de Guerreros» en idioma orco, en esa batalla. Para Alek tenía un valor especial por la influencia directa de su familia, la casa Lluvia de Invierno, en la victoria.
—Así es. Orcos y elfos de las nieves, como el maestro Onduur y yo. Una vez vencidos los orcos, comenzó la llamada "Rebelión de los Elfos" como tal, según los historiadores... Bien, última pregunta: ¿Quiénes rechazaron a los elfos y luego declararon que no tomarían parte del conflicto?
—Los paladicianos de Van Paladez —el joven se sentía digno de presumir por poder responder correctamente cualquier pregunta que hiciera el viejo maestro.
—Claro, sabe todo lo que está en ese libro. ¿Y cómo no? Si lo ha leído unas veinte veces, además de que tiene una copia en su habitación —había mordido caído en la jugarreta como un niño —. Sé que no vino aquí a leer ese libro, joven lord ¿puede decirme que pretendía en realidad?
—Yo... quiero saber por qué está aquí el comandante Magno junto con una guarnición imperial —mientras hablaba veía fijamente al viejo elfo, le gustaba creer que podía saber si las personas le mentían viéndolos a los ojos —. ¿Acaso padre tiene problemas con el Imperio?
La habitación quedó en silencio tras una fuerte ventisca nocturna que se coló por la ventana y apagó la vela de Anningan. El elfo volvió a encenderla, sin ningún tipo de piedra para hacer chispa, solo con recitar unas palabras en un idioma inentendible para Alek. La llama resurgió mucho más intensa que antes. «Magia» pensó, en sus quince años de vida jamás había imaginado que el administrador y maestro de moneda tuviese conocimientos arcanos, ¿su padre lo sabía? claro que sí, tenía que saberlo, nada en Invierno Negro era secreto para lord Erneq, ¿para qué lo mantendría en secreto entonces? Cuando alzó la mirada notó que el viejo lo veía fijamente aún, pero con una expresión diferente, como la una mujer que ve a un cachorro agonizante.
—Hijo —su tono de voz también era diferente, más compasivo —, pensé que ya lo sabías. El Emperador fue asesinado. Donato Magno está aquí para ordenar a tu padre, en nombre del Imperio, que convoque a sus soldados y vasallos, tal cual como el padre de Donato lo hizo con tu abuelo y sus vasallos hace dos décadas. Oh, qué poética es la vida, tan tendenciosa a repetirse —exclamó, como un lamento.
—Maestro... no lo entiendo. Lo que dice es algo lamentable, sí —la noticia no le impactó tanto como creyó el viejo que lo haría, el Emperador era un anciano, se imaginaba que tarde o temprano moriría, aunque no asesinado —, que los dioses guarden el alma del Emperador y maldigan a su asesino en los tres infiernos, pero no es como que el Imperio entrará en guerra otra vez, ¿verdad? El Emperador Carmilo tenía un hijo, solo deben presentar al príncipe Arinel como nuevo Emperador y ya, ¿no? —preguntó, dubitativo. Por alguna razón, en ese momento Alek se sentía como un niño pequeño que no entendía nada.
—No es tan fácil, Alek —el maestro Anningan jamás lo llamaba por su nombre de pila —. Llegan historias oscuras desde todo el continente: los chamanes profetizan que el volcán de Van Paladez hará erupción pronto, hay historias de Vallesombrío sobre una legión de goblins lideradas por una especie de "Rey Goblin", en Bastán hablan de separarse del Imperio y la población está al borde de una guerra civil; en mi propia tierra natal los grandes lores de la magia y la Academia de Magos presagian sobre enormes criaturas marítimas que rodearán las costas y dragones por doquier, más grandes y fuertes que nunca —el chico escuchaba, con una mezcla de atención y terror, las palabras del viejo elfo de las nieves.
»Joven lord, si me lo pregunta, diría que no es que el Imperio podría entrar en guerra otra vez, sino que ya está en guerra... solo que hasta hoy no lo sabíamos definitivamente.

Foto de Pixabay | bohdanchreptakl
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