La cueva de los goblins: retirada | Relato corto |

La cueva de los goblins: retirada

Este relato es una continuación de La cueva de los goblins: descubrimiento

   

    Existían pocos herreros en el mundo capaces de confeccionar una armadura de hueso de dragón, de por sí matar a un dragón era un acto digno de canciones, por lo cual los guerreros que lograban tal hazaña se contaban con los dedos de las manos, así que eso solo hacía más preocupante que aquel goblin la portara aquella indumentaria. ¿Habría sido un goblin capaz de matar a tal bestia milenaria? ¿O es que acaso robó la armadura de su dueño anterior? Farandel estaba, cuando menos, intrigado.

    —Farandel, vámonos —escuchó que le decía Rosa. Él sabía que debían marcharse, estaban ante una situación nunca antes documentada que suponía un extremo peligro para su grupo, no obstante quería permanecer un momento más, tenía que estudiar al enemigo. Un golpe en la cabeza rompió su concentración.

    —Escúchame, mago —Aldemir era el que menos a gusto se sentía de seguir allí, se evidenciaba en su mirada —, no podemos seguir aquí. En combate cuerpo a cuerpo podría medirme hasta contra diez goblins al mismo tiempo, pero estos son cientos. Estamos poniendo nuestras vidas en riesgo —sujetó con fuerza al alto elfo por el brazo —, nos vamos ya.

    —Dos chamanes, diez beguests, doce zánganos —murmuró este en respuesta.

    —¿Qué?

    —Los de los bastones mágicos, a los costados del trono, son chamanes. Esos son los más peligrosos, además de nuestro nuevo amigo de tipo no clasificado. Los de los tambores son beguests, se diferencian por sus colmillos y garras largas, son los goblins más agresivos y salvajes; y los de las flautas son zánganos, poseen una fuerza excepcional —el alto elfo hablaba casi como si lo que decía lo estuviera leyendo de un libro —. Los demás parecen ser comunes. No veo jabalíes ni lobos, pero de seguro los tienen, sí; esta es la manada más grande jamás vista.

    —Con más razón debemos irnos ya —replicó Rosa.

    —¿Son tan estúpidos que no entienden lo que ven o es que el miedo no les deja pensar? —espetó él, que era explorador desde hacía diez años y había cumplido con decenas de contratos y matado a centenares de diversas criaturas en el proceso— Esto no es normal, estos goblins están en medio de una coronación, esa roca es una especie de trono para un rey. No se supone que sean tan organizados, no se supone que sean tan inteligentes.

    Cinco flechas, disparadas desde la retaguardia, interrumpieron la discusión. Aldemir reaccionó a tiempo para desviar una con su escudo, Farandel levantó una custodia con la que paró dos proyectiles, Rosa no tenía ningún tipo de cobertura extra, una punta rebotó contra la placa de la armadura en su hombro, pero el cuero endurecido, que conformaba la mayor parte de su vestimenta, no bastó para parar la otra que se clavó en su cadera.

    —Hijos de… —palpó la sangre que comenzaba a brotarle, cogió una flecha explosiva de su carcaj, tensó el arco y asestó en la cabeza de uno de los goblins, la explosión que siguió hizo que otro se golpeara con una roca y quedara inconsciente. Aldemir lanzó su espada y ensartó a dos más antes de que pudieran tensar sus arcos; al mismo tiempo, Farandel creó un muro de protección en la entrada del ala donde estaban los doscientos goblins:

    —Tenemos, como mucho, un minuto para ganar la mayor ventaja antes de que esos chamanes rompan la barrera —echó un último vistazo, el de la armadura de hueso de dragón no se había movido de su trono. Ambos se miraron fijamente a la distancia.

    El último de los goblins que les dispararon había soltado el arco y parecía suplicar clemencia. Aldemir le cortó la cabeza de un tajo y cargó a Rosa a sus espaldas: —Entonces debemos correr.

    —Rosa, puedo usar un hechizo de curación en tu herida.

    —No, nos quitará mucho tiempo —la chica había roto el cuerpo de la flecha, pero la punta aún estaba clavada en su cadera y de ella manaba sangre—. Aguantaré hasta que estemos a salvo.

    Corrieron. La cueva parecía ser más larga ahora que cuando habían entrado. Farandel se detuvo luego de correr algunos metros, alzó otro muro de protección y siguió en la marcha. «Maldición —antes de cruzar vieron a los goblins que les perseguían —rompieron la primera protección ya».

    —Aldemir, ¿está afilada tu espada? —al alto elfo solo le quedaba energía para tres o cuatro hechizos más, si pretendía curar a Rosa.

    —Sí, después de todo parece que tendremos que entablar combate. ¿Los primeros en alcanzarnos serán los beguests, correcto? Si los liquidamos rápido podrías alzar otra protección y… —dijo, hasta que algo le golpeó en el rostro, el impacto hizo que soltara a Rosa.

    La elfo de las nieves cayó y la punta de la flecha se hundió más en su cuerpo. El dolor le hizo escupir una maldición al suelo. Levantó la vista y vio a un montón de goblins rodeando a Aldemir, volteó y ahí estaba Farandel en una situación similar a la del guerrero. Frente a ella, a unos pocos centímetros de distancia, la armadura de un tono blanco desteñido apareció. Los ojos, uno rojo y otro amarillo, la observaban con desprecio desde lo alto.

    Se incorporó como pudo, el rey goblin intentó asestarle un golpe pero lo esquivó, tomó su arco y busco una flecha en el carcaj, la mayoría estaban regadas por el suelo. El goblin lanzó otro puñetazo que la elfo volvió a esquivar. En una demostración de increíble destreza, a pesar de la herida abierta en su cadera, saltó y le pateó directo en la cara, sin embargo eso solo irritó al horrendo ser que asestó otro golpe; Rosa logró bloquearlo protegiéndose con su arco, un montón de esquirlas de madera volaron por la cueva. Se sentía muy mareada.

    Cogió una flecha del suelo, corrió hacia el goblin, la clavó en su pecho y explotó. Este rió, la punta no le traspasó la armadura y la explosión no parecía haberle afectado. Alzó a la chica por el cuello y apretó. Rosa pataleó, dejo de pelear cuando sus vertebras cedieron ante la presión de la bestia.



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