Este post está escrito en dos idiomas y dividido para facilitar la lectura.
In the region of Saryama, in a small village, in a colorful house, Anabeth was sitting watching outside the window the Lardecont moor, who at that time of the year was covered with what looked like a giant savannah representing snow, waiting for all the natural arch that was expanding before her eyes. The church bells announced the arrival of sunset, echoing six times its thundering sound; a chain of artificial lights extended through the streets giving way to the new possibility of pedestrian vision.
Anabeth, who had been in the same position for several hours, stood on her heels and went to the closet in her bedroom to change her stately clothes for a large white robe. Once her mission was accomplished, she returned to the window and began to count in silence.
In the streets you could hear the laughter of the children playing with the snow, who apparently wanted to ignore the spectacle that only Anabeth appreciated once night fell, although she wanted to be able to go out and play with them sometime, she preferred to stay at home and build up all the stories that she ended up telling every night before going to sleep.
It was then that the sky turned off all its orange lights and turned a starry blue, when in that wasteland a gigantic light came on, of a disproportionate size, nothing compared to the house of any villager in Saryama. Anabeth's eyes lit up in an incandescent way and it was there when she saw it, the giant of the Lardecont moor came out of a sudden beam of light, who was wearing a great golden robe that when contrasting with the light on his back imitated the embracing rays of the sun, it was snooping around the place where he had come from, as if he was looking for something specific, a great beard adorned his face that slightly caressed the carpet of snow at his feet.
In his right hand was a cane that from that distance looked like a thin tree. Anabeth detailed each movement of her distant companion, waiting now for the next act which did not take long to arrive. That giant hit the ground only once with his cane and began to stand on the same creepers that were ascending to the sky, adorned by white and golden lights, a quantity of flowers were growing among the creepers and around him one could see small fairies flying, which were dancing among the colorful natural spectrum that was still growing.
Anabeth opened the window and felt the smell of that spectacle, it was like living eternally in spring; the cane turned towards her window creating now a bridge of connection between her room and the natural wonder that was now waiting for her, she climbed the frame and walked over that bridge with accelerated steps, she could not wait to arrive and feel with the softness of her hands such a spectacle.
While she was walking and taking some breaks, she found herself standing in front of the hand of that giant, looking at the fairies that at such a short distance were all of the same height that her; then she wished for a second to have wings to also fly along with them; among the flowers a heavenly music could be heard distantly, it was almost imperceptible, which little by little induced her to asleep, each time blinking more slowly.
She walked to the palm of the giant's hand and sat on it and then huddled together, grumbling that it was the first time she had ever come this far and that she had fallen into a deep sleep.
— The magic lives in you, Anabeth.
The soft voice of the giant was the last sleeping pill of that night. Anabeth crossed the threshold between the physical and the ethereal world, now feeling her body navigate through that natural creeper as if it were her own temple, observing the ecosystems that were formed over her shoulders, changing, ephemeral and full of fascinating lives.
The feast of colors that formed in front of her eyes began to dissipate, replacing them with a deep black, which then announced the end of that journey. When she opened her eyes again, the sun's rays passed through the window panes, the sound of birds singing in the same frequency, and the noise of the people in the morning crept in through the window. Anabeth got up from her bed and ran to the window, only to observe that now in that wilderness lay a tree which seemed to manage to protect itself from the falling snow, staying alive and green.
En la región de Saryama, en un pequeño pueblo, en una casa teñida de colores se encontraba Anabeth, sentada observando detrás de la ventana el Páramo de Lardecont, quién en esa época del año se encontraba cubierto de lo que parecía una sabana gigante que representaba la nieve, expectante de todo el arco natural que se expandía ante sus ojos. Las campanas de la iglesia anunciaron la llegada del atardecer, haciendo eco seis veces de su sonido estruendoso; una cadena de luces artificiales se extendió por las calles dando paso a la nueva posibilidad de visión peatonal.
Anabeth, quién llevaba ya varias horas en la misma posición se colocó sobre sus talones para dirigirse al armario que se encontraba en su alcoba y así, cambiar sus prendas señoriales por un gran albornoz de color blanco, cumplida su misión, regresó nuevamente a la ventana y comenzó a contar en silencio.
En las calles se escuchaba las risas de los niños jugando con la nieve, quiénes al parecer pretendían ignorar el espectáculo que sólo Anabeth apreciaba una vez caída la noche, aunque deseosa de poder salir a jugar con ellos alguna vez, prefería quedarse en casa y construir todas las historias que se terminaba contando cada noche antes de irse a dormir.
Fue entonces cuando el cielo apagó todas sus luces naranjas y se tiñó de un azul estrellado, cuando en aquel páramo se encendió una luz gigantesca, de un tamaño desproporcionado, nada comparado con la casa de cualquier pueblerino de Saryama. Los ojos de Anabeth se iluminaron de forma incandescente y fue ahí cuando lo vió, salió de un haz de luz repentino el gigante del Páramo de Lardecont, quién vestía una gran túnica dorada que al contrastar con la luz de sus espaldas imitaba a los abrazadores rayos del sol, este husmeaba a los alrededores del lugar de dónde había salido, como si estuviese buscando algo en específico, una gran barba adornaba su cara que acariciaba levemente la alfombra de nieve a sus pies.
En su mano derecha se encontraba un bastón que por aquella distancia parecía un árbol delgado. Anabeth detalló cada movimiento de su acompañante lejano, esperando ahora por el siguiente acto el cual no tardó en llegar, aquel gigante golpeó el suelo una sola vez con su bastón y comenzó a erguirse sobre el mismo enredaderas que ascendían hasta el cielo, adornadas por luces blancas y doradas, una cantidad de flores crecían por entre las enredaderas y a su alrededor se veía volar a pequeñas hadas, que se paseaban entre el colorido espectro natural que aún continuaba creciendo.
Anabeth abrió la ventana y sintió el olor que expedía aquel espectáculo, era como vivir eternamente en la primavera; el bastón se giró hacía su ventana creando ahora un puente de conexión entre su habitación y la maravilla natural que esperaba ahora por ella, escaló el marco y camino por sobre aquel puente a pasos acelerados, no podía esperar llegar y palpar con la suavidad de sus manos tal espectáculo.
Entre tanto andar y tomar algunas descansos, se encontró de pie frente a la mano de aquel gigante, girando su mirada a las hadas que a esa distancia tan corta eran todas de su misma altura, deseó entonces por un segundo tener alas para también volar junto a ellas, de entre las flores una música celestial se escuchaba distante, era casi imperceptible, que poco a poco la inducía al sueño, cada vez parpadeando más lento.
Caminó hacía la palma de la mano del gigante y se sentó sobre ella para luego acurrucarse, gruñendo por ser la primera vez que llegaba tan lejos y a su vez, por caer en un sueño, profundo.
— La magia habita en ti, Anabeth.
La voz suave del gigante fue el último somnífero de aquella noche, Anabeth cruzó el umbral entre el mundo físico a el etéreo, sintiendo ahora como su cuerpo navegaba entre aquella enredadera natural como si fuese su propio templo, observando los ecosistemas que se formaban por sobre sus hombros, cambiantes, efímeros y llenos de vidas fascinantes.
La fiesta de colores que se formaba frente a sus ojos comenzó a disiparse sustituyéndolos por un negro profundo, el cuál anunciaba entonces el final de aquel viaje. Al abrir los ojos nuevamente los rayos del sol atravesaban los vidrios de las ventanas, el sonido de las aves cantaban en la misma frecuencia y el bullicio de la gente por la mañana se colaba por la ventana. Anabeth se levantó de un golpe de la cama y fue corriendo hacía la ventana, sólo para observar que ahora en aquel páramo yacía ahora un árbol el cuál parecía lograr protegerse de la nieve que caía, manteniéndose vivo y verde.
