
No one ever saw me

"Maíta, look at these bubbles",_ I showed her the hand where I had three. My grandmother put on her glasses and exclaimed, distressed:
"Oh, Nancy has chicken pox!" -she said and immediately called my parents to see me. Dad made a pouty face and asked:
"Well, and she doesn't have the vaccine?" -Mom looked at him incredulously and answered:
"Yes, but she may have caught it from another child at school".
"Is she contagious? Then we have to isolate her! -was my dad's solution. My grandmother was still checking my whole body, to declare wisely:
"They must all be contagious by now! It's only a matter of hours before everyone has a rash all over their bodies.
Indeed, instantly, my sisters showed some bubbles that were already beginning to fill their bodies. My parents resignedly declared:
"They are not going to school" -and innocently, my sisters and I jumped for joy.

My parents contacted our pediatrician and the recommendation was to stay ventilated, cool, drink plenty of fluids to stay hydrated, use a rash cream and avoid, by all means, scratching the skin.
My sisters found it easy to control the itching, but I found it impossible to keep my hands away from those itchy, but then empty, burning bubbles. So I started scratching, like an animal with fleas and it got worse: my parents decided to put socks on my hands.
I remember crying and my grandmother holding my hands so I wouldn't run them over my body:
"Maíta, it itches so much!" -I would cry and my tears would run leaving wet furrows on my face and my sick body. My grandmother, who had made a motica with linen cloth and starch, painted my body with the white flour as if I were a wall:
"I know, my love, I know, but don't cry that you will get sicker",_ my grandmother would say to me, and with her own mouth she would blow air in my face to cool me.
"It hurts me a lot, maíta, it hurts me,” I said hoarse from crying so much and my grandmother would pick up my hair with tenderness, then she would use her hands, a magazine, a pot lid, anything she could find to produce the air I was lacking and to scare away the heat that was making me itchy.

Her soul of an old woman, of an Indian, but also of a grandmother, created concoctions of medicinal plants that she made me take on an empty stomach or three times a day, she also invented baths of red or green leaves and submerged me until she thought it was necessary. There was no fresh water, of roses, rice, oatmeal, that I did not drink, nor ointment that she did not pour on me, always praying, making the sign of the cross all over my body, exhausting all means:
"Holy God, have pity on this creature!" -My grandmother prayed, bathing me and watching how the bubbles had turned into sores.


All images are free of charge and the text is my own, translated in Deepl

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Nunca nadie me vio
Todo comenzó con una simple burbuja en el muslo derecho. Era una pequeña burbuja, roja, llena de agua. Mis dedos la apretaron y sí, era agua. Luego, a los segundos, vi como tenía otras burbujas en el brazo, en la barriga y en los hombros. Me asusté y corrí para que mi abuela:
_Maíta, mira estas burbujas –le enseñé la mano donde tenía tres. Mi abuela se puso los anteojos y exclamó, angustiada:
_¡Ay, Nancy tiene varicela! –dijo e inmediatamente llamó a mis padres para que me vieran. Papá puso cara de pocos amigos y preguntó:
_¿Bueno, y ella no tiene la vacuna? -mamá lo miró incrédula y respondió:
_Sí, pero puede haberse contagiado con otro niño en la escuela.
_¿Es contagioso? ¡Entonces hay que aislarla! –fue la solución de mi papá. Mi abuela todavía revisaba todo mi cuerpo, para declarar con sabiduría:
_¡Ya todas deben estar contagiadas! Solo es cuestión de horas que todas tengan el cuerpo lleno de sarpullido.
Efectivamente, al instante, mis hermanas mostraron algunas burbujas que ya comenzaban a llenarles el cuerpo. Mis padres declararon resignados:
_No van a la escuela –e inocentemente, mis hermanas y yo saltamos de alegría.
Ese mismo día, ya se notó la diferencia entre lo que sería la enfermedad de mis hermanas y la mía: mientras que mis hermanas mostraron burbujas salteadas y pequeñas por todo el cuerpo, en mi cuerpo comenzó a proliferar rosetones abultados, llenando mi piel de muchas manchas rojas.
Mis padres se comunicaron con nuestro pediatra y la recomendación fue estar aireadas, frescas, tomar mucho líquido para estar hidratadas, usar una crema para el sarpullido y evitar, por todos los medios, rascarse la piel.
Para mis hermanas fue fácil controlar el picor, pero a mí se me hizo imposible mantener las manos alejadas de aquellas burbujas que picaban, pero que luego de vacías, ardían. Así que comencé rascarme, como un animal con pulgas y fue peor: mis padres decidieron ponerme calcetines en las manos.
Recuerdo que lloraba y mi abuela me tomaba de las manos para que no me las pasara por el cuerpo:
_¡Maíta, es que me pica mucho! –lloraba y mis lágrimas corrían dejando surcos mojados por mi rostro de niña y mi cuerpo enfermo. Mi abuela, que había hecho una motica con tela de lino y con almidón, me pintaba el cuerpo con la harina blanca como si yo fuera una pared:
_Yo sé, mi amor, yo sé, pero no llores que te vas a enfermar más –me decía mi abuelita y con su propia boca me soplaba aire en la cara para refrescarme.
_Me duele mucho, maíta, me duele –decía ronca de tanto llorar desconsoladamente y mi abuela me recogía el cabello con ternura, luego utilizaba las manos, una revista, una tapa de olla, cualquier cosa que encontrase para producir el aire que me faltaba y para espantar el calor que avivaba la piquiña.
Mis hermanas sanaron rápido, pero yo no. Por lo que fueron días duros para mí y mi abuela. Mis padres, porque trabajaban todo el día, solo lidiaban conmigo en la noche y generalmente a la hora que llegaban, yo estaba dormida, agotada de tanto llorar. En cambio mi abuela, tenía que ingeniárselas para distraer mi dolor y mi inquietud infantil.
Su alma de anciana, de india, pero también de abuela creaba brebajes de matas medicinales que me hacía tomar en ayuna o tres veces al día, también inventaba baños de hojas rojas o verdes y me sumergía hasta que ella creyera necesario. No hubo agua fresca, de rosas, arroz, avena, que no bebiera, ni ungüento que no me echara, siempre rezando, haciéndome la señal de la cruz por todo el cuerpo, agotando todos los medios:
_¡Dios santo, apiádate de esta criatura! –pedía mi abuelita, bañándome y mirando cómo las burbujas se habían convertido en llagas.
Unos días antes de que sanara completamente, el proceso de cicatrización produjo una comezón incontrolable, tanto así que mi abuela al verme en aquel estado, también comenzó a llorar conmigo, me imagino que de la impotencia. Su solución fue llenar un recipiente con agua helada y para ello, empezó a vaciar cubitos de hielo en una gran bañera. Mientras que mi abuela preparaba desesperada mi baño, yo me acerqué a una de las paredes de la casa y sin que nadie se diera cuenta, comencé a frotar mi piel en la rugosidad del cemento. Aquellos movimientos, ascendentes y descendentes, de un lado a otro, calmaron la piquiña y mi desesperación inmediatamente. A partir de ese momento, sin que nadie se diera cuenta, cuando la comezón aparecía, me deslizaba por las paredes de la casa, en un baile silencioso y felino, el cual aliviaba mi ardor y el peso que llevaba mi abuela.