El jardín de los senderos que se bifurcan (Libro): releyendo a Borges

Ejemplar autografiado por el autor

“Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca” es una de las citas más difundidas de las adjudicadas al escritor Jorge Luis Borges. No he podido corroborar la fuente con exactitud, pero sí ubiqué en uno de sus poemas la frase "Yo, que me figuraba el Paraíso bajo la especie de una biblioteca", que viene a tener un significado equivalente. Y como a lo largo de su vida Borges solía decir algunas cosas varias veces, cambiando las palabras, pero no el sentido, no descarto que también haya dicho aquella versión más popular.

Decir que el argentino Jorge Luis Borges fue un gran escritor es quedarse muy corto. Tan corto como la Academia Sueca que le negó el merecido Premio Nobel de Literatura durante décadas, hasta su fallecimiento; en mi opinión, un fallo imperdonable. Aquellos que no lo han leído, tomen de referencia que escritores como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Ernesto Sabato y Roberto Bolaño, lo admiraban como "acaso el más grande" de los prosistas en lengua española, en palabras de Mario Vargas Llosa.
No pretendo escribir un estudio completo de la obra de Borges porque requeriría años para ello, así que hoy me concentraré principalmente en hablar de su libro El jardín de los senderos que se bifurcan, publicado por primera vez en 1941. Normalmente es más fácil conseguir Ficciones de 1944, un volumen que incluye dos libros suyos: El jardín de senderos que se bifurcan y Artificios, pero cada uno es tan bueno y tan interesante por sí mismo, que bien vale la pena analizarlos por separado. En el libro que nos ocupa hoy, el autor dice:

“Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario”.

De allí se desprenden dos hechos relevantes en la obra de Borges. El primero de ellos es que no escribió ninguna novela, a pesar de que mucha gente lo instó a que lo hiciera, pensando que si lograba tanto en un relato de pocas páginas, una novela debía maximizar el goce del lector. El segundo hecho es que, con frecuencia, solía inventar libros y autores dentro de sus relatos, llegando incluso a redactar ensayos o análisis de esas obras inexistentes y que el lector nuevo en la prosa borgiana, puede llegar a buscar en las librerías sin posibilidades de éxito. Sin embargo, como él mismo creía, le bastaba con enunciar un par de cosas sobre un libro ficticio para hacer un comentario. Pero Borges no sólo inventaba libros y autores. También inventaba países, planetas, universos, posibilidades que sólo podían ser concebidas dentro de la literatura, pero que construía con tal realismo que llevaba lo imposible al terreno de lo, al menos, realizable. Varios de los temas que siempre atrajeron a Borges, están presentes en las siete piezas del volumen: el universo, dios, la eternidad, la imaginación, los sueños, el destino, los imposibles, el infinito y, sobre todo, el tiempo.

En Tlön, Uqbar, Orbis Tertius inventó un autor, una enciclopedia, un país y un planeta que logran colarse dentro de la realidad; en Pierre Menard, autor del Quijote cuenta de forma satírica la historia de un escritor inventado que escribe un libro que ya ha sido escrito. La repetición de la existencia se mezcla en Las ruinas circulares con las posibilidades de los sueños, ambientada en una locación que recuerda Stone Henge, una historia que habla de la idea del infinito (una de las obsesiones literarias del autor) y los ciclos eternos; la La lotería en Babilonia inicia contando la historia de un pueblo y acaba con múltiples alegorías a ese principio regidor de la existencia humana, en una especie de evolución del azar como norma, como ley divina.

En Examen de la obra de Herbert Quain, Borges no sólo inventa al autor, sino también los títulos de sus libros, esquemas y análisis sobre unas obras que, de existir, constituirían un gran logro literario, proyectos dignos aunque laboriosos de abordar por un lector entusiasta; por si eso fuera poco, aún hay espacio para lo imposible. En La biblioteca de Babel, otro relato excepcional, se buscan los secretos, el origen del lugar y del tiempo, porque esa biblioteca imposible e infinita es una alegoría del universo, con múltiples salas en todas las direcciones, que se extienden, una junto a otra, sin fin. El volumen cierra con el relato que le da nombre y que, una vez más, trata el tema del infinito: un libro que representa el tiempo y sus múltiples posibilidades y cuya existencia ya había asomado el autor en el relato previo.

Cualquier persona que aprecie su virtud lectora y sobre todo si tiene algún tipo de inclinación a la escritura, debería acudir a alguno de los libros de Jorge Luis Borges como consejero. A pesar de no haber legado ninguna novela, la narrativa de Borges es amplia y edificante, con su obsesión por el infinito, el universo, el tiempo, las dualidades, los laberintos y la construcción literaria de lo imposible. Piensen que estos siete relatos son apenas la mitad de su libro Ficciones, ¿qué esperan para correr a leerlo?

Reseñado por @cristiancaicedo


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