Las flores tardías de los Bucares, en las esquinas, como dobleces de origamis incompletos, como abanicos con el revés de olvido. La luz de las 2, 3, 4 de la tarde, en Febrero o Abril, de película, pero, ¡oh, pecado!, secuestrada en estudio expropiado intentando plagio con enano presupuesto. Los verdes eunucos y la historia sin pena... ni gloria, escurriéndose por el farallón de un alcantarillado que a veces es de oro, y otras, de oro negro. Los ángeles saltando al acantilado. Las ratas bien, bien gordas, de ojos rojos, creyéndose conejos. Pero no son ni tigres, esos tíos. Son susurros de Orosha El Innombrable. Paletas sonoras, desde las mejores líricas del temple herido, dolido, de tanta madre de familia, hasta la chirriante mueca también desesperada de otras muchas congéneres, aún con la conciencia en construcción. Los presos, prófugos o exconvictos asomándoseles por los ojos a criaturas de una o dos décadas poco más o menos, y enmierdándoles las lenguas y el alma colectiva.
Tiembla Valencia y Venezuela toda se empavorece por tanta pava. ¿Signo? ¿Señal? Unos (kilo)metros más abajo, con la cara verde anemia o gris Tumba o negro mazmorra, Esperanza introduce su clave de acceso, y...