
Un domingo por la tarde, poca gente en la calle, tráfico fluido. A dos o tres carros a 30 o 40 KPH, les correspondía el paso.
¡Pasa, pasaaaaa!, vociferó un peatón que se lanzó a cruzar la calle aún cuando no le tocaba, y los conductores frenaron y lo esquivaron.
Él, El Amarillo.
Su postura de torero iluminado por la arena de ese ficticio ruedo, su piel amarillosa, su cabello crespo amarillo tostado, "bachaco", como le decimos aquí; sus ojos de tigre, sus bigotitos amarillo maíz, recortados a la manera del Zorro; su camisa color crema, su pantalón beige, su cinturón mostaza... Y su grito.
El Amarillo se lanzó y vociferó, con rabia, impaciente, muy apurado, pasando cuando no le tocaba: ¡Pasa, pasaaaaa!
Su verónica, inelegante desafío.
Vino un auto a toda velocidad y al volante alguien con más rabia, más apuro, o menos reflejos.
Y allí quedó, sobre el pavimento, ya cerca de la acera. Como una pasa rubia. A El Amarillo lo ayudaron a llegar más rápido... a la otra orilla.
Pero, veamos, hay otros amarillos, más calmos y amables.
En la fotografía, un Araguaney, tabebuia chrysantha, árbol nacional de Venezuela.