El nombre

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El hombre sorbió su café, igual que siempre, y desde la mesa hasta la puerta, pasando por la cocina, el baño y el cuarto, nada surcó su automatismo.

Salió. En lo que trabó la puerta, su mano descansando en el picaporte dos segundos extra, sin explicación, las lagartijas brillantes de Otros Dedos se deslizaron en bolsillos infinitos, tomaron una moneda y la lanzaron al vacío.

La cara del destino se selló.

El hombre fue el destinatario.

Dándose la vuelta, anduvo unos pocos pasos y allí esperó: al escolar, y le entregó su pequeña y querida merienda de todos los días; a la pareja de ancianos, y les dio en un cheque al portador sus ahorros de años; a ella, la Amada Desconocida, y la besó en la frente con las promesas silentes de luchar juntos el resto de sus días, y de raíces, tallos, hojas, flores, frutos y semillas en la tierra, el agua y el viento de su ser; a esa, su Gran Historia, y se entregó por entero, sin preguntas, sin jueces.

El nombre del hombre..., ¿qué importa?

Se despojó de él cuando se apuró para alcanzar el autobús gris corriente de una vida gris corriente fuera del alcance de lagartijas brillantes y azarosas que solo lo rozaron.

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