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Vivo en Mérida, México, una ciudad que está experimentando un crecimiento significativo en las últimas décadas, sobre todo la última. Es, según los estudiados en el tema, la ciudad más segura de México, y la segunda más segura de todo el continente americano, tan solo detrás de la ciudad de Québec, en Canadá.
Es una ciudad que ya rebasa el millón de habitantes, pero es también una ciudad que podríamos llamar tranquila en su ritmo de vida, aunque eso está cambiando debido a su crecimiento. Para la gente de la ciudad de México, una de las ciudades más grandes del mundo, puede ser desesperante, porque están acostumbrados a otro ritmo, pero para mucha gente de fuera es una ciudad que no es tan lenta como para aburrirles, pero tampoco tan rápida como para agobiarles.
He vivido toda mi vida aquí, pero cuando viajo a otras poblaciones de Yucatán, a veces me siento como la gente de la ciudad de México, porque la vida es más lenta que en Mérida, a veces incluso dramáticamente más lenta. En una ocasión fui a hacer un trámite a las oficinas de gobierno de una población pequeña, y estuve a punto de sacar a la secretaria de su lugar, y sentarme yo mismo a hacer el trámite, debido a lo desesperante que me pareció la extrema calma y lentitud con que hacía las cosas.

Así que esto de la velocidad de la vida es algo muy relativo. Muchas veces, si no es que la mayoría, es una velocidad que no elegimos, sino que nos impone nuestro entorno. Y uno se adapta a ella por necesidad, y casi sin darse cuenta, a menos que te mudes de un lugar a otro, notes la diferencia y te obligues a adaptarte a ese nuevo ritmo.
Muchos, y entre ellos me incluyo, en algún momento tomamos la decisión consciente de cambiar de ritmo e ir contracorriente, pero solo después de que algo nos orilla a ello, o nos damos cuenta, por la razón que sea, de que no tenemos a la fuerza que vivir al ritmo que nuestros entorno nos invita a hacerlo.
Sin embargo esta decisión tiene un precio. A veces implica menores ingresos. Otras el juicio de los otros, que sienten que no estamos aprovechando el tiempo, o que incluso "estamos desperdiciando nuestra vida" o nuestro potencial. Y en general puede provocar en los demás cierta percepción de conformismo de nuestra parte, lo que por lo general no ven del todo bien.

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Sin embargo, más allá de esta condescendencia generalizada con la que tenemos que vivir, y que por lo general no es una carga muy difícil de llevar (según la personalidad y contexto de cada quien, claro está), lo que ganamos es una forma y estilo de vida en nuestros términos, con un aprovechamiento del tiempo según nuestras necesidades y no las de una expectativa de mercado y/o social.
Dicho lo anterior, tengo que reconocer que mi principal batalla personal después de haber cambiado de ritmo de vida, es la culpa, esa duda que vive en el fondo de mi cerebro y a veces me susurra cosas que me hacen pensar, e incluso cuestionar mi decisión. Es una voz que continuamente tengo que callar, pero también una voz que constantemente me obliga a mirar hacia atrás, y hacia mis posibles adelantes, y me orilla a ratificar y renovar mi decisión.
Cuando todos van corriendo como locos, ser el único, o de los pocos que van caminando tranquilamente, si te hace preguntarte de repente si en verdad has tomado la decisión correcta. Y por más que se es consciente de que las mayorías no siempre tienen la razón, por contradictorio que suena, es imposible no dudar de vez en cuando.

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Cuando esto me sucede suelo pensar en una frase que me gusta mucho, y aplica perfectamente a este caso, y que dice más o menos así: "Una estupidez no deja de serlo porque muchos crean en ella". Sin embargo es tal el bombardeo y discurso de los medios y nuestros entorno, que a veces se hace difícil mantenerse firme en nuestra decisión. Y es tal la insistencia de preguntas y cuestionamientos, incluso bien intencionados de gente querida, que la culpa a veces aparece y nos saca la lengua en la cara.
Uno empieza a preguntarse cosas como que hubiera pasado si todo el tiempo que he destinado al ocio o crecimiento personal en últimos años lo hubiera invertido en un negocio, o si el dinero que dejé de ganar por no aceptar cierta oferta de trabajo no me hará falta en el futuro en el caso de alguna emergencia, etc.
Toda decisión que tomamos implica consecuencias, o como dice la famosa frase de Isaac Newton: "Toda acción implica una reacción", eso es algo inevitable y tenemos que vivir con ello. Y cuando tomamos decisiones que van en contra de lo tradicional o lo que se espera de nosotros, si bien ganamos libertad, también hay consecuencias que asumir y enfrentar.

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Esto no se debe a nuestra terquedad o visión diferente de las cosas, esto lo enfrentan todos, incluidos aquellos que se dejan llevar por la corriente, y que en algún momento descubrirán si acaban en el mar, o en una cascada de la que tal vez no sobrevivan. Ellos tal vez no tengan tiempo de experimentar culpa, o la experimenten de un solo golpe y de manera contundente, ya dependerá de cada caso.
Pero en nuestro caso, la culpa está siempre ahí, oculta en las sombras, esperando el momento de venir a fastidiarnos. Sentirla no tiene nada de malo, somos humanos y por tanto imperfectos y falibles, pero no hay que hacerle mucho caso, ni dejarla tomar el timón de nuestra vida, porque entonces si se vuelve un problema.
¿Tu has pensado alguna vez en la vida que tienes, y el ritmo al que al que la vives?, ¿Es este ritmo uno que tu decidiste tener? y si no es así ¿Cómo te sientes con el ritmo que tiene tu vida? Creo que estas son preguntas que todos deberíamos hacernos pero en las que no reparamos lo suficiente. Si nunca te las has hecho nunca esta tarde para empezar, y hoy podría ser el día para hacértelas. Muchas gracias por leerme y hasta la próxima.
©bonzopoe, 2024.


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