Saludos, amantes del tiempo, Carroll, las falacias y la literatura.
Los lugares subterráneos u hondos como una cueva o la profundidad del océano, entre otros, están asociados al arquetipo de la madre, al útero, al inicio de la vida. En el primer capítulo de Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll (1865), Alicia, nuestra protagonista, cae en una madriguera de conejo.
Alicia está aburrida y a punto de caer dormida. Es el momento ideal para incorporar a su sueño esos últimos elementos que alcance a ver, tal como nos sucede en la vida real. En este caso particular se trata de un Conejo Blanco.
Si manejamos la lectura del libro en la que cada personaje del País de las Maravillas es una parte de la psique de la niña, la cual se ha vuelto una multitud de personajes, entonces ¿qué crees que sería este cuniculus blanco?

Un símbolo
Como ya sabemos, los símbolos son representaciones y como tales, ocupan el sitio de algo más. Claro, a veces la mente del observador/lector es arbitraria y decide que tal o cual simboliza esto o aquello; esto no tendría que ser un problema real, siempre y cuando se respeten las verdades de cada quien y nadie sufra consecuencias que lamentar.
El conejo ha representado tantas cosas para nuestra civilización, que hemos de ser muy cuidadosos para escoger a cuál de sus facetas nos enfrentamos. Opino que Carroll escogió a este animal no para representar algo tan inabarcable y tan abstracto de concebir como el tiempo, sino una propiedad específica de este: lo inasible.

Una falacia
El Conejo Blanco está apurado; va tarde. Mira el reloj, angustiado. Nuestra heroína, hay que decirlo, tiene grandes problemas con el tiempo. De hecho este es un motivo central y recurrente no solo en Alicia en el País de las Maravillas, sino en su secuela, A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (1871): un leitmotiv. La narración transcurre durante páginas y páginas en las que la niña no logra alcanzar al Conejo. La angustia es palpable y permea las paredes de la ficción; el lector puede —debe— participar de esta ansiedad, pues en lo más íntimo de sí sabe que en realidad el tiempo es inexistente: es un invento humano, un artificio para poder medir la inmaterialidad del movimiento, esa parte que no es observable de manera natural. Veamos, si el tiempo realmente no existe, cómo es posible llegar tarde o llegar temprano. ¿Cómo entiende un niño que hay un pronto o un tardío o un puntual si no es en referencia a otro pronto, otro tardío u otro puntual, o al opuesto de cada uno? La conformación misma de este esquema es un Conejo Blanco escurridizo.
El tiempo es, por tanto, petitio principii (petición de principio): Una falacia lógica formal. Asumimos que la premisa “el tiempo existe” es cierta y de allí derivamos premisas menores y conclusiones ad hoc. Es una verdadera maraña. ¡Cuánta verdad e inteligencia hay en la afirmación de un infante que dice con toda seriedad y convicción que vendrá ayer o que vino mañana! Este niño sí que sabe lo que dice, mientras que los adultos fingimos saber.
Alicia entra a la madriguera, va a su origen, al encuentro de sí misma (anagnórisis). Es una larga caída, un descenso que marca la entrada a lo más recóndito de la imaginación: al universo onírico. Allí su psique es muchos personajes; los interpelará y será interpelada.

Gracias por leer.
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