
Uno de mis mayores descubrimientos literarios de los últimos años es el escritor italiano Alessandro Baricco. No quiero decir que yo lo haya mostrado al mundo, sino que lo descubrí para mí. Sin que alguien me hubiera hablado de él, un día me topé con su novela Seda. La leí de un tirón y luego volví a leerla. A partir de allí, he leído otras de sus novelas, Océano mar, Emaús, Esta historia, La esposa joven, Tierras de cristal y el monólogo teatral Noveccento. Todos sus libros que han encantado, por eso lo tengo entre mis favoritos.
Mundialmente famoso gracias a esa novela breve que es Seda, su estilo aún en los textos más largos es de un manejo impresionante del lenguaje. Con pocas palabras arma frases e imágenes de gran significado. No soy de subrayar libros, pero sí de tomar notas y cada vez que leo alguno de los libros de Baricco lleno varias páginas con momentos, reflexiones, imágenes y sobre todo frases. Oraciones sencillas pero que dan para mucho análisis y para mucho pensar, como las decenas de frases que apunté al releer Seda recientemente. Con apenas 125 páginas, muchas de ellas con grandes espacios en blanco, la cantidad de frases memorables que tiene esta novela es increíble y hoy quiero compartir una de ellas. No es de las más elaboradas ni de las más resonantes que hay en el libro; incluso no es de las más memorables para la mayoría, pero su sencillez me dejó reflexionando un rato sobre un tema que ya había visto en otros libros de otros escritores:
"Es siempre difícil resistir la tentación de volver"
Más que una tentación, yo diría que es un instinto humano que se despierta después de haber vivido un momento agradable, grato, de felicidad y ¿quién no quiere volver a donde fue feliz? Ya sea una época, un espacio, una persona, cuando algo se disfruta, se ama, se tiene, se comparte y un día deja de estar allí, es casi inevitable sentir el deseo de regresar, de volver a experimentarlo.
No hemos aprendido a disfrutar del tiempo presente con la plenitud de conciencia que dicen algunas corrientes orientales, eso de vivir el hoy y entender que todo pasa, que todo acaba y que uno no se baña dos veces en el mismo río, no es fácil de asimilar. Nuestra inclinación es tener un sabor de helado favorito, una comida favorita, una música favorita, una película favorita, incluso una persona favorita, todo ello con la finalidad de tener un anclaje emocional que nos permita revivir sentimientos que nos son gratos. Volver a escuchar esa canción nos pone alegres y nos da ganas de bailar, volver a caminar por las calles de esa ciudad nos hace recordar la infancia, volver a probar ese plato que hacía la abuela los domingos es volver a estar con ella; Milan Kundera lo sintetizó de muy buena manera:
"La felicidad es el deseo de repetición."
Casarse con la persona amada es asegurar la posibilidad de verla y estar con ella día tras día; comprar cosas que nos gustan es saber que podremos volver a usarlas una y otra vez, todo lo que nos agrada, nos seduce, todo lo que amamos, lo que nos gusta, lo que se siente bien, genera esa tentación de la que habla Baricco a causa de esa felicidad perseguida que expresa Kundera con ese anhelo de repetición.
Pero, ¿y si no se puede volver? ¿y si no hay regreso posible? O peor aún, si se vuelve, pero por alguna razón, las expectativas no son cumplidas y esa repetición de la felicidad no se alcanza, ¿entonces, qué? la decepción, la tristeza, el abatimiento, porque el lugar, la música, la persona, el espacio que teníamos como garante de felicidad y al cual por eso queríamos volver, ya no resulta tan mágico. Quisimos volver y volvimos, pero no encontramos lo que creímos que seguía allí. Para seguir el hilo del post, dejaré la frase de otro escritor, en este caso el argentino Ernesto Sabato, quien en su novela Sobre héroes y tumbas dice:
"Siempre es levemente siniestro volver a los lugares que han sido testigos de un instante de perfección"
Lo determinante de la frase es ese "siniestro", ¿por qué? porque es como si Sabato nos estuviera diciendo que al volver sabemos que no hallaremos la repetición de esa perfección obtenida previamente. Sin embargo, el deseo, la tentación es más fuerte y a pesar de esa ansiedad, de la angustia, incluso de la certeza de que no volveremos a ser igualmente felices, nos entregamos a la inclinación de regresar.
¿Creen ustedes que haya una manera de resistirse a ello? ¿es posible llevar una vida que avance en línea recta sin regresar, sin sentir el deseo de volver? ¿o estamos condenados a dejarnos seducir por la tentación de la repetición? Los leo en los comentarios.