Los dedos despiertan la vorágine
de la piel descubriéndose entre
sensaciones que explotan soles,
bajando al confín de los muslos
erizan los poros y avivan ansias.
Los minutos intentan detenerse,
debatiéndose entre ojos y lenguas,
en caricias con sabor a carne,
con olor a cielo, en el infierno
de cuerpos etéreos materializados.
Las bocas conocen el punto exacto
donde el fuego enciende y arrecia,
donde el mundo es un torbellino
de gemidos esclavos de la fuerza
con la que vibra cada orgasmo.
Más allá de las circunstancias
de las razones que las arrastran.
ellas conquistan el placer cruzando
la línea divisoria de la sociedad
los limites de sus represiones,

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