El Sauce Llorón | Relato corto |

El Sauce Llorón

   

    Mi vida comenzó hace mucho, mucho tiempo atrás. La personas no lo saben, pero esto era apenas un suelo árido cuando yo llegué; la vida era más tranquila en esos tiempos. Fue lo suficientemente tranquila para poder crecer, volverme grande y fuerte sin mayores molestias que las del viento y bichos ocasionales.

    Aunque tenía mis problemas y discusiones con el viento, este era mi amigo, al igual que las ardillas, lagartijas e insectos que correteaban sobre mis ramas y dormían en las grietas que se formaban en mi cuerpo. Hasta a los pájaros, que me causaron decenas de dolores al picotear mis ramas, terminé tomándoles afecto.

    Mis mejores amigos, claro está, siempre fueron los de mi especie. Todos llegaron después de mí y, al igual que yo, ellos compartían espacio con sus propios visitantes de dos, cuatro, seis y ocho patas. Nos manteníamos conectados, todas nuestras raíces se entrelazaban. El padre Sol y la unión como fuerza, eso fue lo que siempre nos mantuvo radiantes, vivos aún en las más oscuras noches y ante la tempestad de las fuertes tormenta. Prevalecimos.

    Eso fue así, hasta que llegaron ustedes. Aún recuerdo la primera vez que los vi, el recuerdo permanece fresco en mi mente, «qué monos tan raros» pensé, de cierta forma estaba emocionado, en estas tierras no solían verse criaturas nuevas. Sin embargo, las ardillas y las aves hablaban entre ellas, murmuraban. Algunas les conocían y les temían, aunque no nos dijeron por qué. Pronto la mayoría huyó... nosotros habríamos hecho lo mismo, pero nuestras raíces son muy profundas, siempre lo fueron, y no podíamos caminar.

    Así que presencié como masacraron a mi especie, a mi pueblo... a mi familia. Uno a uno cayeron y sus cuerpos se convirtieron en las estructuras cuadradas donde ustedes se encerraban ante el crepúsculo. Lo peor después vino con lo que llamaron fuego, que no fue más que una horrorosa manipulación a la madre naturaleza para usarla como arma, ese fue su crimen más atroz. Arrasaron los campos y pronto, lo que llegó a ser un hermoso campo rebosante de vida y sonidos joviales, se convirtió, poco a poco, en la tierra árida que conocí al nacer.

    Me resigné y espero pacientemente el día de muerte desde hace años, el día en que pueda reunirme con los míos otra vez, con aquellas ardillas y pájaros que dejaron agujeros en mi corteza, con los insectos que se refugiaban de la lluvia bajo mis hojas y con mis hermanos e hijos, aquellos árboles a los cuales ahora solo abrazo las muertas raíces que yacen bajo el barro.

    A pesar de todo, ese día no llega. Fui el primero en nacer y seré el último en morir, aunque no sé cuándo, espero que sea pronto. Quizá, si tengo suerte, así como los vi llegar a ustedes, humanos, también presencie el día en que les toque partir. Eso me ayudaría a descansar en paz.


Fuente de la imagen original: Flickr

¡Gracias por leerme!



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