"El amor puede ser un pasatiempo y una tragedia."
Isadora Duncan.
Ariadna solo tenía un deseo, y era el poder apaciguar la angustiante soledad, que ya se había convertido en un horrendo martirio, cargando esa pesada cruz sobre su espalda.
Imploró a las estrellas, pero éstas callaron y alejaron. Exclamó al extenso cielo, pero éste simplemente la ignoró. Acudió al ardiente sol, pero éste detrás de las nubes se escondió. Impetró en los aledaños bosques, a seres mitológicos y criaturas, pero nadie ofrecía ni un indicio de atención para Ariadna.
Y es que todos sabían la calamidad que sobre ella pesaba. Ariadna fue sacerdotisa de la diosa Dione, pero un día, infringió sus sagrados votos ante la divinidad, y ésta, como castigo, terrible sentencia le lanzó.
Ariadna fue condenada a una isla aislada, cuyo nombre no se debe pronunciar. Fue castigada a vivir sola, hasta el último día de su vida mortal, y cualquiera que transgreda este mandato, sufrirá la ira de la deidad.
Ariadna sola estaba, solo le quedaba estar frente al mar. Miraba el alba con tristeza, mucho tiempo no iba a soportar. Sin nadie que la acompañase al rio, o que la atienda en sus extensas conversaciones. Ariadna se quedaría por siempre sola, sentía que su corazón iba a fallecer.
Por trece días y trece noches, se desplomó en sollozos frente al mar, suplicando con desesperación, su condena poder aplacar. Y en el catorceavo día, desde las fauces del mar, surgió una colosal criatura, de aspecto repulsivo y retorcido, y con sus ojos de serpiente, a la hermosa Ariadna miró fijamente.
−Ya no llores más bella doncella.−Dijo la bestia con voz profunda.−Tu ferviente deseo cumpliré, más toda tu devoción necesitaré, sin corromper, si dices que sí, mi petición deberás cumplir.
Ariadna asombrada por la aparición de aquella criatura, su primer pensamiento fue huir a gritos, sin mirar atrás, pero las palabras de aquél ser, le introdujeron una enorme curiosidad, así que se quedó interesada, para escuchar la proposición.
−Un hijo te daré, y tu soledad abandonarás, pero ponme mucha atención. Nuestro hijo crecerá fuerte, rápido y con vigor, pero hasta no alcanzar la madurez, el mar no deberá tocar. Ya sea que te llore, suplique o ruegue, no debes dejar ¡NUNCA! Que toque el mar, hasta listo poder estar. Esta proeza es importante, mi hermosa doncella, y debes cumplirme, me arriesgo demasiado al dirigirte mis palabras, pero con tu aprobación, me aseguraré de que Dione no sepa nuestro pacto.
Y Ariadna aceptó decidida, a aquella propuesta repentina, su deseo era más grande, que el mando de su razón. Un hijo era lo que deseaba, así sea de aquél retorcido ser, puesto que era una mujer muy buena, con mucho amor para dar.
Con el consentimiento de Ariadna, aquél acuático monstruo, abandonó su forma grotesca, a una forma más humana. Atractivo para los ojos de Ariadna, de voz dulce y belleza masculina, no tenía ningún atisbo de ser un temible esperpento.
Y esa noche se unieron, para poder cumplir el pacto. Y un cielo atroz fue testigo de la abominable consumación. Luego al amanecer, después de todo ya estar hecho, el ser acuático volvió a sumergirse a las profundidades del mar. Ariadna embelesada, quedó explayada en la arena, esperando el ansiado día de tener el bebé en sus brazos.
Cada semana desde entonces, un gran cesto de comidas arribaba en la playa, en señal de que aquél monstruo daba su amparo a Ariadna. Y en los próximos meses adyacentes, durante el embarazado, aquella mujer estaba feliz por sentir una vida dentro sí.
Y en el séptimo mes, ya fue cuando llegó el momento del parto, Ariadna ni se imaginó que la ocasión llegaría tan pronto. Sola estuvo en esa labor, y dio a luz sin contrariedad, dejó caer a este mundo un sano y bello niño.
Creció fuerte y muy activo, de sobrada energía, parecía que tuviera mucha prisa por crecer. Poseía una mente azarosa, siempre buscando el peligro; le gustaba explorar toda la isla, hasta sus últimos vestigios.
Y de esa misma mente aventurera, otra más apareció, una peligrosa afinidad por el mar y su inmensidad. A pesar de las estrictas prohibiciones, que su madre le inculcó, el niño no podía evitar esa tenaz atracción.
Tuvo una terrible idea y sin comentarle a su madre, esperar el amanecer para un chapuzón darse en el mar. Su madre muy tranquila, se levantó para preparar la comida, mientras que el niño se escabullía para lanzarse a las saladas aguas.
Ariadna sin percatarse terminó todo su trabajo, llamó al pequeño para que fuera a desayunar. Ninguna respuesta sus oídos escucharon. –No pudo ir muy lejos− sus pensamientos brotaron, y al haber pasado un rato de que el niño no aparecía, sus nervios se alteraron y apresurada lo buscó.
Lo primero que hizo fue buscarlo en la playa, pues tenía el inmenso miedo de que haya tocado el agua. Ariadna en su pánico tuvo una premonición, y corriendo hacia la playa a primeras, nada inusual observó.
Excepto un pequeño montón a los pies del mar, vislumbró con horror aquella blanca aglomeración. Era espuma, pero no venía del mar, lo que quebró más a Ariadna era la forma que tenía, era forma humana, y de un niño parecía...
Posted from my blog with SteemPress : https://universoperdido.timeets.com/index.php/2018/11/12/ariadna-relato/