La quietud y el silencio de un arbolado centenario como el que tengo a mi alrededor, hace que interrumpa por unos instantes mis esclavas preocupaciones. Este lugar merece fijar, mis ahora debilitados sentidos. Una profunda mirada desde donde me hallo, me regala esta espléndida panorámica. A primera vista, este valle no ofrece altas montañas. ni caudalosos ríos, ni gargantas insondables, ni prados infinitos, ni vertiginosas cortadas, ni el más manso de los lagos. No me importa.
Se que abajo, en el bosque, la niebla perezosa se resbala entre troncos y hojas. Los acaricia, los hace llorar, llorar de alegría. Ni el rumor de los mirlos, ni el paso precavido de los lobos, incluso el crujir asustadizo de los roedores, rompen el silencio que reina. La estampa se repite, mire a donde mire; Sur, Este, Oeste pero también el desubicado Norte. Verde hasta la saciedad, que no hasta el aburrimiento, ya que los mismos elementos aparecen en cada una de mis miradas alcanzadas desde este modesto postigo natural.
Parece frío, o acaso es calor, sensaciones olvidadas, placeres marchitos. Desde esta atalaya busco la luz que acompañe al compás de mis latidos.
Allá donde vayan mis pensamientos... que también vayan mis pasos.