Moira miró el paisaje desde lo alto de un risco.
Ahí estaba ella, en algún punto de los Cárpatos, allá en Rumania. Estaba cerca, figuró, de su objetivo: La residencia invernal de Lilith de Hécate, la Madre de los Vampiros. Estaba cerca y a su vez lejos. Físicamente estaba cerca, a unos cinco kilómetros del risco. El castillo era de fácil acceso, aunque no sabía si decir lo mismo de la vigilancia. No obstante, eso no le importaba: Ella entraría a como diera lugar. Tenía que aprovechar la oportunidad.
Sin embargo, tuvo que aceptar que estaba emocionalmente estaba lejos de destruir a Lilith de una vez por todas. Ella, una híbrida mitad vampiro, mitad humana, conservaba aún en su mente las palabras que misteriosamente le había dicho el viejo indio navajo Wisakedjak antes de embarcarse hacia el país de Vlad Tepes: De ti vendrá la de la sangre más pura entre los vampiros, aquella que pondrá a los de la Madre contra los de la Madre.
Cerró los ojos, dejando que el olor de los abedules y el aire frío invadieran sus fosas nasales. Cuando los abrió, tomó una decisión: Disfrutaría de los Cárpatos... Después de matar a la Madre de los Vampiros.