Imagen tomada de pixabay, y modificada por mí.
Érase una vez en un bonito y pintoresco pueblo, vivía una familia muy unida que tenía una mascota muy particular. No era un perro, no era un gato, ni un loro, ni un pato. Era nada más y nada menos que un pequeño caballo, no era un pony, era chiquito por causas naturales o quizás porque así quiso nacer.
El caballito pequeño y bonito se llamaba Clo-cló, porque cuando caminaba sus cascos repicaban graciosamente en el suelo, creando una alegre cancioncita que sonaba clo-cló, clo-cló, clo-cló.
Todos en casa sabían cuando se acercaba Clo-clo por el sonido de su andar. Se notaba que a Clo-cló le gustaba su repiqueteo porque sus pasos parecían marcar ritmos diferentes cada vez que quería que lo miraran o le hicieran compañía.
Cierto día la vecina Doña Hilaria, tejió para Clo-cló dos pares de zapatitos muy pequeños y coquetos. Todos en casa se alegraron por el regalo y muy emocionados buscaron al caballito para ponerle los zapatos. Mamá le puso un zapato, papá le colocó otro y las hermanitas contentas las otras patitas le calzaron.
Clo-cló también se alegró y sus zapatos estrenó, Quiso agradecer con varios pasitos acompasados pero aquellos zapaticos no sonaron. Intentó una y otra vez que su tamborileo al caminar regresara pero nada pasó.
Ahora Clo-cló al pasar sonaba flis-fló, flis-fló, flis-fló y eso lo entristeció. Mamá lo llamó a comer su avena pero no comió, papá lo llamó para ir a pasear pero no salió, la hermanita grande lo llamó para peinarlo pero no se dejó.
Entonces la hermanita pequeña Viviana les dijo; “Clo-cló está triste porque quiere caminar con su bonito ritmo una vez más”.
En casa todos entendieron lo que pasaba y sin pensarlo dos veces sus zapatitos le quitaron. Los guindaron como adorno para poder admirarlos y Clo-cló muy feliz retomó sus pasitos sin jamás olvidarlos.
Clo-cló, clo-cló, clo-cló, clo-cló…

Saludos queridos amigos, hoy les traigo un cuento que durante la tarde mi hija Viviana y yo creamos. Ella jugaba con una pequeña pony de juguete y me dijo; “Mami, cuéntame un cuento, primero tú y luego yo”. Y terminamos enlazando oraciones mientras jugábamos con el pequeñito caballo rosado, que dio luz para este cuento que les comparto.

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