El día del veredicto tenía a todo un equipo de The Mirror detrás de mí. El periódico había hecho noticia el escándalo más grande que se había suscitado en Georgetown, se lo debía a Thomas. A pesar de la emoción que me embargaba, había muchos elementos que no me parecían tan importantes como para analizarlos y terminaron por cambiarlo todo.

La defensa de Caroline se centró en desprestigiar a Margareth; por supuesto, no habíamos dicho nada de como vio morir a su marido y no hizo nada por buscar ayuda o mucho peor, como había intentado cobrar el seguro de vida. Habíamos seguido la línea de los hechos como se había previsto. Solo existía un pequeño detalle: Henry, el chófer de los Wilson, había visto entrar a Margareth de nuevo a su casa aquella lluviosa noche.

Ese pequeño detalle, rebatía todo cuanto habíamos dicho. Pero, era la palabra de él contra la de la esposa de la víctima. Además, nadie más ubicaba a Margareth dentro de la casa en el momento del envenenamiento, en cambio el mismo Henry se contradijo al mencionar los eventos que ocurrieron la noche del crimen. Camille casi desfallecía, pero logró atestiguar en contra de Caroline, a pesar de que habían salido desde la secundaria.

Caroline era tan malvada, que había querido hundir a Camille diciendo que eran cómplices, pero, para el momento en el cual el homicidio fue cometido esté, se encontraba a kilómetros de la escena del crimen. Por aquellos días de juicio, yo estaba realmente angustiada, necesitaba con locura que hallarán culpable a Caroline Wilson, a pesar del dinero de su familia y de cuánto estaban luchando para liberarla.

La mañana del 27 de septiembre de 1969, la menor de los Wilson fue sentenciada a cadena perpetua por el homicidio de Thomas, sin posibilidad a libertad condicional. Fue tanta la alegría que probablemente mis gritos fueron escuchados en Londres. Esto después de un juicio humillante, dónde se leyeron cientos de cartas con mensajes de acoso, amenazas de muerte y mucho más.

Al final nada fue lo que esperábamos: Caroline fue confinada a un centro de atención psiquiátrica luego de ser diagnosticada con esquizofrenia. Yo no podía dejar de sentirme devastada, quería en verdad que pasara todos los días de su vida encerrada en una cárcel. De todas maneras, su destino distaba de ser perfecto. Poco después de ser encerrada en el psiquiátrico, la sometieron a una lobotomía con la esperanza de que recuperara la razón. El resultado fue que pasó el resto de sus días confinada en una cama y sin poder valerse por sí misma.

En cuanto todo hubo terminado, sabía que tenía que regresar a Londres. A menos que la vida me tuviera otros planes, más bien Georgetown. Margareth vendió la casa de Thomas; yo la compré, los recuerdos de mi amigo debían permanecer a flote. Siempre me invadía un sentimiento de nostalgia que me hacía volver a mis orígenes, aunque nunca soporté la mentalidad pueblerina de los nacidos en aquellas tierras infernales, también era el único sitio en el que sentía, pertenencia.

Prólogo

Samantha se bajó del automóvil y se acomodó una vez más su vestido, mientras tanto trata de disimular su tristeza. Esa última mañana, sabía que el affaire que había tenido todo aquel tiempo con Roberth debía llegar a su fin. Su vida pertenecía a Londres y la vida de él, estaba ligada indefinidamente a Georgetown. Y, sobre todo, los hombres nunca sacrificaban nada por amor.

Se apresuró a darle un abrazo muy fuerte a su repentino amante, ese que la había acompañado durante casi todo el transcurso de su vida. Sin darse cuenta de sus verdaderas intenciones, el amor siempre había estado cerca de su puerta. Ella es orgullosa, así que baja la cabeza y hace un ademán mientras se sube al tren.

—¡Un momento, señorita!, ¿a dónde cree usted que va? —Roberth le dice, mientras Samantha se limpia las lágrimas y le mira confundida.

—¿Cómo que a dónde voy?

—Digo, ¿a dónde vas sin mí?, aunque me has metido en una caja con todos los hombres de la tierra, no estoy ni remotamente cerca de dejarte ir de nuevo. No he esperado todo este tiempo para verte marchar y quedarme con los brazos cruzados.

—¿Cómo?, pero no me pienso quedar aquí y creo que tú no piensas dejar de ser el sheriff del Georgetown…

—Yo tampoco me voy a quedar aquí, he pedido un traslado. Pronto comenzaré de nuevo, quizás haya lugar en tu piso, para alguien más… ¿grande?, si no, voy a tener que pedirle a Camille que me preste una cama mientras consigo algún sitio donde...

Samantha se abalanzó contra Roberth y no le dejó terminar la frase, lo besó apasionadamente mientras todos en la estación se quedaban atónitos ante semejante escena. El amor que le estaba esperando en el lugar que menos imaginó, le brindaba una nueva oportunidad. Una que no se esperaba. Cerraba un ciclo y comenzaba otro.

—¿Estás listo para otro caso? —preguntó Samantha una última vez, mientras Roberth sereno, le sonríe y asiente con desdén.