Desde la cima de la Garra del Dragón |

Desde la cima de la Garra del Dragón

   

    «Esto es malo —pensó —. ¿Habrá sido una premonición de lo que podría ocurrir, o de lo que ocurrirá? ¿Cuándo ocurrirá?». Dedicó un vistazo al cielo, inhaló profundo para sentir el aire frío entrando en sus fosas nasales y exhaló un pequeño fuego que evaporó los copos que caían. Aquello, que hacía de vez en cuando, le proporcionaba un ligero placer. Escuchó un sonido, miró hacia atrás y, escondido entre los árboles, vio a uno de sus aprendices espiándolo.

    —Sé que estás ahí, Niro —le dijo, todas las criaturas vivientes tienen un olor característico, y él había aprendido a diferenciarlas por su aroma hacía mucho tiempo. Luego de un minuto el joven elfo de las nieves salió de entre la maleza.

    —Lo siento, maestro —dijo arrepentido, se notaba en su rostro avergonzado —. No era mi intención importunarle.

    —¿Qué hacías ahí, hijo?

    —Solo... quería ver qué hace usted acá arriba —el chico sabía que no tenía sentido mentirle, la experiencia de los años le había otorgado la capacidad de saber cuándo alguien decía la verdad y cuándo no —. Viene cada semana y se queda por días, en el templo cuentan que viene para volar, quería ver eso.

    —No, mi muchacho —rió levemente, el comentario le había causado una combinación entre gracia y nostalgia —. Desde hace casi trescientos años que no puedo volar —aseguró, extendiendo sus alas.

    Duminoxaar Naamizia do Axa, apodado como el Dragon del Alba, lucía más imponente, de lo que por sí solo era, con sus alas desplegadas. La izquierda estaba completamente bien, sana y perfecta para volar, aun para un viejo dragón. Sin embargo la derecha contaba otra historia: rota, llena de agujeros y cicatrices que se extendían hasta su torso; heridas ya sanadas en lo físico, pero con consecuencias permanentes más allá. Notó que su aprendiz miraba su ala rota con discreción y obvia mayor curiosidad. «Los más jóvenes siempre son los más curiosos. Hasta yo lo fui una vez».

    —No importa, Niro. Esto pasó hace mucho tiempo, antes de que tu raza pisara esta isla por primera vez —a pesar de todo, guardaba el amargo recuerdo de aquella experiencia que lo dejó al borde de la muerte y le marginó del resto de su especie, «aunque después de eso volví a nacer».

    —Entiendo, maestro —sus palabras decían una cosa, su rostro demostraba otra.

    —¿Qué pasa, Niro? Habla.

    —Quería saber... si podría quedarme aquí, maestro Duminoxaar.

    —Solo porque has sido sincero, puedes quedarte —dijo. La expresión del joven elfo de las nieves se iluminó —. Aprecia el paisaje, son pocos los seres que tienen el privilegio de contemplar Epimeteo en lo más alto de la montaña Garra del Dragón.

    El chico asintió con la cabeza y se sentó junto a él, observando en dirección al este, donde divisaba la tierra llamada simplemente como El Norte, tierra de sus ancestros hacía mil años antes de que los primeros humanos llegaran al continente y expulsaran a los elfos de las nieves, obligándoles a vivir en la isla que posteriormente bautizaron como Duries Diparal, "Isla del Paraíso" en la antigua lengua élfica.

    Un sonido lejano llegó hasta los oídos de Duminoxaar y tomó su atención, Niro no se percató de ello; los sentidos de los de su especie siempre fueron mucho más agudos que los de cualquier elfo, humano u otro habitante de Epimeteo; el milenario dragón volteó y vio el pequeño foco de luz a la distancia.

    —Oh, así que ya ha comenzado —comentó, con un lamento. El joven elfo le dirigió una mirada rápida y luego notó el tenue resplandor.

    —¿Qué es eso, maestro?

    —Eso, hijo —inhaló profundo otra vez, el aire seguía tan frío como siempre, y al exhalar el frío se derritió ante su aliento —, es el Kindelirioz —el elfo tardó en procesar la respuesta, definitivamente no estaba listo para escuchar eso, ¿pero quién lo estaría?

    —¿El... el Kindelirioz? ¿El volcán de Van Paladez? ¿Está seguro? No puede ser posible... no ha hecho erupción jamás ¡Es tan grande como esta montaña, maestro! —exclamó con una sonrisa nerviosa, que desapareció tan rápido como apareció — ¡Toda el país quedará destruido! ¡Te... tenemos que hacer algo! —exclamó mientras se llevaba las manos a la cabeza —. Oh... dioses, todos esos paladicianos morirán —las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. Era un buen chico, pero solo un chico al fin y al cabo, emocional como la mayoría.

    —No podemos evitar lo que ya ha empezado, Niro —la erupción se veía como la llama de un fósforo, con una pequeña nube de humo negro sobre él. Pensó, con tristeza, que entre los fallecidos también habría dragones —. Que Slootirez acompañe las almas de los muertos y les dé fuerza a los sobrevivientes para poder seguir.

    Desde la cima de la Garra del Dragón ambos vieron cómo transcurrió la hecatombe. Por momentos, Duminoxaar Naamizia do Axa pudo olfatear el aroma a hollín, azufre... y miedo.



Foto de Pixabay | dennisflarsen

   

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