El tesoro de Ojo Sangrante
Miró por la borda, hacia el interminable horizonte, preguntándose si alguna vez podría encontrarlo. Por años lo buscó, pero este siempre le fue negado, como si lo esquivara o huyera de él. El transcurrir del tiempo convirtió la historia en mito, en un cuento que padres le dedican a sus hijos antes de dormir, o que ancianos marineros comparten en tardes de juerga, sin embargo él sabía que aquello no se trataba de una fantasía, sino un hecho verídico, lo sabía con certeza porque, quien fuese su maestro en otra época, era el personaje plasmado en esa leyenda.
El tesoro estaba ahí afuera, la fortuna entera de Ojo Sangrante, rey de los mares que saqueó y robó oro y joyas a nobles y monarcas por décadas y luego desapareció sin dejar rastro; sí, estaba ahí, en alguna parte del infinito océano, aguardando por él. Respiró tan hondo que el aroma a salitre inundó sus fosas nasales. Esa noche, por primera vez en miles, se sintió bendecido, pues ahora contaba con una oportunidad única de por fin lograr el objetivo al que dedicó su vida desde hacía más de veinte años.
—Capitán, está lista —dijo una voz a sus espaldas, Morgan, su teniente y compañero de pillajes en incontables ocasiones —. Thedd... esto no está bien.
—Bajaré solo —respondió, ignorando el último comentario. No le importaba si era moralmente bien visto o no, el fin justificaba los medios.
Caminó hasta el camarote más apartado en el fondo de la embarcación. Al llegar, abrió la puerta de par en par y contempló la escena.
Un círculo de sal, que dentro de sí contenía símbolos similares a letras, ilegibles para él, escritos también con sal, rodeaba un pequeño arreglo de verduras, hortalizas y carne seca de la bodega de suministros. A cada lado de la habitación media docena de velas proyectaban su luz sobre pieles de animales desconocidos, clavadas a la pared junto con huesos. «¿De dónde sacó estas cosas?» pensó en preguntarle, pero desistió, no tenía caso.
—Capitán, pase, pase —las arrugadas y magulladas manos de la bruja tomaron la suya y lo halaron dentro del cuarto —. Tengo que cerrar la puerta, no puede entrar luz del exterior.
—¿Para que es todo esto, bruja? —pregunto al fin, vencido por la curiosidad a lo desconocido.
—Lo que el capitán desea es algo muy particular, yo sola no podría concederle ese deseo, así que necesitaré ayuda externa, y así este se cumplirá —aseguró la vieja y sacó un antiguo libro de su bolsa, que además lucía pesado.
La tenue luz no le permitía observar bien todo el escenario, sin embargo veía lo suficiente como para distinguir a la bruja a pocos pasos, que comenzó a rezar en una lengua extraña. Más que palabras, lo que salía de su boca parecían ser sonidos de animales en agonía, llantos de criaturas que sufren.
¿Cómo un ser humano era capaz de emitir tales ruidos? «Así que esto es la magia negra» concluyó, al ver cómo figuras humeantes, de luminosidad verde, comenzaban a brotar del libro mientras la bruja seguía en sus rezos. Las llamas de las velas crecían y disminuían en un continuo vaivén, que siguió por minutos, hasta que el humo verde cubrió la habitación por completo.
—¡Ahora, capitán! —sus ojos y dientes estaban más verdes que todo lo demás, y despedían también una especie de luz — ¡Camine frente al centro del círculo! ¡Diga su nombre y cuál es su deseo!
Él así lo hizo, entonces se incorporó y, con la voz firme, en tono de orden, exclamó:
—¡Mi nombre es Thedd Watchar, hijo de Jonas Watchar! ¡Y yo deseo encontrar el tesoro de Sir Drenis Fracka, quien fue inmortalizado como Ojo Sangrante!
Todas las luces se apagaron de golpe. A los pocos segundos las velas comenzaron a iluminar otra vez, paulatinamente. La vieja bruja ya no estaba allí; su lugar lo ocupaba ahora una joven de piel pálida, largo cabello oscuro, desnuda más allá de ligeras telas transparentes sobre sus hombros, y ojos completamente negros, vacíos, carentes de vida. «Es una manifestación demoníaca» dijo dentro de sí e intentó abrir la puerta para salir, pero esta no cedió.
—No te molestes, tú y yo tenemos que conversar antes.
—¿Quién eres, demonio? —la chica rio, aparentemente le causó gracia ser llamada así.
—He tenido muchos nombres, cariño. Tú puedes llamarme Baba-Yaga —un incomodo silencio se adueñó del espacio —. Ah, veo que eres de los callados, Thedd. Bueno, de seguro estás preguntándote por qué estoy aquí.
»Verás, puedo cumplir tu deseo, poner en tus manos toda la fortuna de tu maestro, Ojo Sangrante, y más...
—Entonces hazlo —la interrumpió. La demonio se carcajeó otra vez.
—Espera, mi cielo, esto no es tan fácil, no puedo darte lo que quieres así sin más. Lo nuestro tiene que ser una relación dar-dar.
El trato suponía tomar una decisión complicada de una propuesta sencilla, según explicó la que se hacía llamar Baba-Yaga. Thedd tendría todo aquello que persiguió desde que su destino se separó del de Fracka Ojo Sangrante, a cambio entregaría su alma a fuerzas milenarias, desconocidas casi en su totalidad para los seres vivos y, claramente, de origen demoníaco, cuando la hora de su muerte llegase.
—Si aceptas, estoy segura de que el Señor te recibirá con los brazos abiertos —dijo la mujer, en su tono de voz había cierta intención de burla.
—¿Quién es tu señor, demonio?
—Él también ha tenido muchos nombres, Thedd. Puedes llamarlo como quieras.
«Así son las cosas». Respiró hondo, incluso ahí el olor del salitre llegaba hasta él.
—Soy un pirata, es lo que siempre he sido, no sé ser otra cosa, y por ello he vivido una vida de ladrón y asesino. Mi alma ya le pertenece a tu señor desde hace mucho tiempo, Baba-Yaga. Acepto.

Imagen original de Pixabay | blende12
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