Sobrevivir en un mundo en que gobierna el demonio en verdad es muy difícil. Las críticas despiadadas hacia nosotros son cuestiones que diariamente debemos enfrentar. La gente es cruel, condenándonos a su arbitrio, como si ellos tuvieran la potestad para proceder como jueces, quienes –como leones– no escatiman en esfuerzos en comernos vivos.
Somos regidos por el mal, pero eso es porque hemos permitido que el maligno gobierne nuestras vidas. En una sociedad en que impera el odio, la envidia y el rencor es imposible ver la luz al final del túnel.
Son muchos los llamados por Dios, pero muy pocos oyen su mensaje. Por eso nuestra sociedad camina sin rumbo fijo, por eso ella va donde la lleva la corriente, por eso permanece transitando por el sendero del egoísmo, la corrupción y el desprecio a la vida.
Si Dios realmente nos gobernara, no habría destrucción ni muerte. El hombre causa destrucción cuando levanta falsas calumnias o cuando hace vista gorda del sufrimiento ajeno. Eso es descabellado para un Dios de amor como el nuestro.
Cuando se destruye al prójimo, también hay muerte del que comete pecado. Y es que la vida es un búmeran, en la que el que siembra, cosecha. Para muestra un botón: si el hombre no tiene amor, entonces es imposible que entregue amor. Nadie da lo que no tiene, nadie.
El gran rey del universo es el ángel que Dios expulsó del cielo, siendo él quien rige los destinos de moros y cristianos. Él siempre busca la forma de tentarnos; nadie se salva, ni siquiera los grandes santos. No cabe duda de su gran poder para con nosotros. Sin embargo, el condenado al fuego eterno no es invencible, a quien podemos vencer con la ayuda de Jesús.
Pero Jesús lo venció en el desierto y para siempre. Nuestro Señor venció una por una las tres tentaciones de Satanás (no es objetivo de esta publicación referirme a las mismas), así entonces él sufrió en carne propia los pesares que se producen al estar tanto tiempo en un lugar infernal como el citado. Así que, cuando seamos puestos a prueba y atribulados por las circunstancias de la vida, Jesús nos comprende y se compadece de nosotros como alguien que ha pasado por las mismas pruebas.
Sobrevivimos a la vida, pero no por nosotros mismo, sino porque Dios nos protege, cuya intercesión es trascendental para que no caigamos en pecado. Las tentaciones están a la orden del día, a cada momento, a cada instante de nuestras vidas. De nosotros depende estar con Dios o sin él; si eliges estar en su contra, atente a las nefastas consecuencias.
Gracias a Dios, hasta la muerte tiene solución. Y es que Jesús nos prometió prepararnos muchas habitaciones cuando él nos llame a su encuentro. Dependerá de nosotros ser merecedores de una de esas habitaciones.
Sobrevivir es entonces una cuestión de voluntad. Si lo consigues, tendrás vida eterna, porque estarás en el cielo; si no lo consigues, es porque moriste, y estarás entonces en... Sí, allí mismo. Lo maravilloso es que Dios quiere todos los hombres se salven, así que de ti depende salvarte o no.
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