Convicciones
El consejo comenzaría al fin, apenas Bori Alceblanco atravesó por la tienda de campaña; el lord de Lagohelado llegó cubierto de nieve hasta los hombros y la calva. Hizo una reverencia al entrar y otra al ocupar su lugar en la mesa, junto a otros lores menores, cuyos nombres Alek no recordaba.
—¿A qué debemos este retraso, lord Bori? —preguntó el señor protector de El Norte, Erneq Lluvia de Invierno.
—Mis disculpas, mis lores. También para usted, comandante Magno —Donato Magno le dedicaba el característico ceño fruncido que mantenía siempre —. Mi señora esposa me retuvo. Está muy preocupada por el rumbo que toma esta travesía nuestra.
—Solo tú podrías haber sido tan estúpido como para traer a una mujer al campo de batalla, Bori.
La mofa vino de parte de Kem Tritón, lord de Puerto Tritón, sus tierras eran las segundas más ricas de todo El Norte. La blancuzca cara de lord Alceblanco se tornó rojiza ante la carcajada de los demás señores, y las risillas disimuladas de los hijos de estos.
Alek observó nuevamente los rostros de todos y cayó en cuenta de que probablemente era el único no primogénito presente, eso le dio más ganas de salir de ahí cuanto antes. Intentó escabullirse, pero su padre, de pie a la derecha él y en el extremo norte de la gran mesa rectangular donde se extendía un mapa detallado de Epimeteo, lo retuvo por el hombro y lo vio con una mirada tenebrosamente seria. «Cómportate» leyó el chico en sus ojos.
—No es mi lugar, Meq debería ir allá contigo, ¡yo no! —le había espetado horas atrás; sin embargo su hermano mayor estaba lejos. Demasiado.
—Hijo, cuando a Meq le corresponda ser lord de Invierno Negro, puede que un día tenga que ir más allá de los límites de El Norte, y tú tendrás que cubrir las funciones del lord. Incluso es posible que Meq llegue a los brazos de los dioses antes de tiempo y, si no ha engendrado hijos para ese momento, tú tendrás que ocupar el lugar que te correspondería como lord —respondió. La discusión quedó zanjada, no tenía caso. Erneq Lluvia de Invierno no aceptaba réplicas.
Al menos todo terminó rápido en el consejo, e incluso Alek consideró que la información que escuchó, al final, fue más importante de lo que habría imaginado: Arinel Ozim VI, legítimo heredero de la dinastía Ozim, había muerto por la fiebre púrpura, lo que marcaba el fin de la dinastía, según lo informó el administrador y maestro de moneda Anningan; el elfo de las nieves también dijo que sus informantes le aseguraron que el Concilio de Igualdad de los altos elfos tenía total control de las funciones principales del Imperio. Finalmente, de boca de la mayoría de lores presentes, escuchó cómo El Norte planeaba atacar la capital imperial, la Cuna del Rey.
—¿Milord, ahora somos los malos? —preguntó, apenas todos los demás lores y el comandante Magno abandonaron la tienda de campaña. Estaba seguro de que años atrás lord Erneq habría calificado de traidor a cualquiera que osara atentar contra el Imperio.
—Necesito que prestes atención a lo que te diré —guardó silencio un rato antes de hablar. Su tono de voz, por alguna razón, era una mezcla entre condescendiente y sombrío —. En la guerra, algunas veces presenciarás acciones que podrán parecerte malvadas, e incluso puede que estas acciones tengas que realizarlas tú mismo. Algunos hombres te amarán, otros te condenarán, pero siempre sigue tus convicciones y prevalecerás. En la guerra no existen buenas ni malas personas, solo personas. Nada relacionado con el bien o el mal individual importa —era la primera vez que oía algo así de boca de su padre —. Lo que importa, lo que realmente importa, es el destino de tus súbditos, tus soldados, tu familia, tu casa, tu gente. Quiero que tengas eso siempre presente.
—¿Nada de eso importa? ¿El honor tampoco, padre? —no sabía por qué formuló aquella pregunta. Imaginó que le valdría un castigo por la falta de respeto.
Sin embargo, su lord padre no hizo nada. Ni siquiera se molestó en responder. Solo salió dejando a Alek junto a las sillas y el viejo mapa de Epimeteo.
Se sentía confundido. Tanteó el papel, alrededor de Bastán, con las yemas de los dedos y trató de rememorar los eventos recientes.
Hacía meses que partieron de Invierno Negro, el castillo ancestral de la familia Lluvia de Invierno. La comitiva formada por su padre, el comandante Magno, tres cuartas partes del ejercito de la capital norteña, y los doscientos soldados imperiales que Donato arrastró consigo, recorrieron casi todo El Norte. Los vasallos del norte fueron convocados a la inminente guerra, pero no todos acudieron a la leva: el lord de Arboleda de los Dioses, un sujeto llamado Aldo, se opuso; alineó sus tropas en contra y eso le costó la cabeza. Alek vio en primera fila cómo fue pasado por la espada, condenado por traición al oponerse al lord protector de El Norte. El sobrino de este, nuevo lord de la Arboleda por decreto, dispuso inmediatamente de todos los soldados que tenía bajo mando para la causa que denominaron Libertadora.
Por alguna razón, ver a aquel hombre decapitado le dio lástima. Sí, era un traidor, ¿pero no estaban ellos mismos cometiendo traición contra el Imperio? El señor de El Norte, su propio padre, acababa de decirle que prevalecería si seguía sus convicciones.
—Apuesto a que lord Aldo siguió sus convicciones y creyó que prevalecería —bufó para sí mismo, mientras palpaba el viejo mapa, ahora con la palma completa, en los relieves del mar —. Sí, lo hizo... y perdió la vida por ello.
Despejó esas ideas de su mente tras percibir un escalofrío acompañado de la imagen de la decapitada cabeza del difunto noble. Entonces recordó a su madre y a sus hermanos, de seguro Raknir y la pequeña Nifa estarían calentándose frente a la fogata, y ya era la hora en la que su madre rezaba. «¿Y tú, Meq, qué estarás haciendo? —ya había transcurrido más de un año desde la última vez que vio a su hermano mayor —. Te extraño, hermano».

Imagen original de Pixabay | 12019
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¡Gracias por leerme!


Este relato forma parte del capítulo II de Los Cuentos de Epimeteo. Te invito a leer mi presentación del capítulo I y el post en el que detallo cuáles son las especies dominantes en este mundo de fantasía.
Las historias aquí contadas se transcurren en el continente de Epimeteo, una tierra que recientemente experimentó una de sus más cruentas guerras, y parece estar en aras de otra:
Puede que ahora Epimeteo viva en paz. No obstante, quince años después, los horrores de la Rebelión de los Elfos, llamada también la Gran Guerra, siguen frescos en la memoria de quienes la pelearon de lado y lado. Por ello, existe mucho desprecio mutuo de la mayoría de los elfos para con la mayoría de los humanos y viceversa.

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