Abre la puerta | Relato corto |

Abre la puerta

   

    Pom, pom, pom sonaban los golpes en la puerta. Del otro lado escuchaba la gruesa voz de su padre: «Tomás, abre esta mierda de una vez» repetía, se le oía molesto. También podía escuchar los llantos de su madre, todavía debía de estar tirada en piso, ahí donde la dejó cuando corrió hasta la habitación de sus padres. ¿Por qué había escapado hasta allí y no a su propio cuarto? No lo sabía, quizá el miedo le había hecho actuar de forma estúpida; ahora se debatía entre abrir o no la puerta, pero no quería cometer otra estupidez.

    «Voy a darte la paliza de tu vida si no abres esta puerta, ¡Ya, Tomás, abre la maldita puerta!», su padre siempre se enojaba cuando bebía, ¿o bebía cuando se enojaba? La verdad es que no notaba diferencia alguna, ese hombre siempre bebía y siempre se enojaba... y él y su madre siempre terminaban pagando los platos rotos. ¿Sería sensato abrir la puerta esta vez? ¿Alguna vez su padre le había perdonado en sus lapsos de ira? «No... nunca —pensó, mientras miraba los moretones en su pecho y brazos —. Me golpeará sin piedad, podría matarme si quisiera».

    ¿Pero qué podía hacer para evitarlo? ¿Escapar? La ventana estaba cerrada a cal y canto, no era posible abrirla sin hacer ruido. «No, tienes que enfrentarlo —se dijo a sí mismo. Era increíble lo que concluía, como si una voz en su cabeza le guiara y le ayudara a pensar con claridad finalmente —, acaba con esto ahora», sabía que tenía la fuerza para hacerlo, y sabía cómo hacerlo.

    Arrastró una silla, que estaba junto a la cama, hasta el armario. Subió en ella usando el espaldar como escalera improvisada, apenas logró coger con una mano lo que buscaba, perdió el equilibrio y cayó. El golpe le dolió, se tocó la cabeza y vio la mancha roja en su palma. Sentía un peculiar ardor en la cabeza, y la sangre goteándole hasta el hombro, pero tenía la caja, y eso era todo lo que le importaba y necesitaba. «¡¿Qué fue ese ruido, Tomás?! ¡¿Qué carajos estás haciendo?!», de pronto los golpes en la puerta empezaron a sonar más fuertes y menos continuos, el chirrido de la madera resquebrajándose acompañó a cada envión. «Si sigue así, la romperá».

    Abrió la caja y la lanzó detrás de la cama, su corazón se aceleró otra vez, sentía tanto miedo como en el momento en que huyó. «Quizá... quizá esto no está bien —sentía ganas de llorar, las manos le temblaban, sus palmas estaban frías y sus labios resecos —. No, no puedes dudar ahora».

    El picaporte se rompió y la puerta se abrió lentamente. Lo primero que Tomás vio fue su enorme mano, «pequeño bastardo» exhaló el hombre, antes de entrar al cuarto; cuando por fin cruzó el umbral de la puerta completamente su expresión de enojo cambió en un abrir y cerrar de ojos por una de terror, al ver a su hijo apuntándole con el revolver; esa cara de desconcertado le produjo casi tanta satisfacción como en el instante en que apretó el gatillo. Solo cuando su padre se desplomó contra el suelo, después de tres disparos, sintió, por primera vez, paz.



Foto de Pixabay | Mrdidg

   

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