Enrique Vila-Matas es uno de los más destacados escritores europeos de los últimos años. Ha sido traducido a veintinueve idiomas y sus libros han sido publicados por importantes sellos editoriales como Anagrama, Alfaguara y Seix Barral (perteneciente al sello Planeta), pero de entre todos sus ensayos y proyectos narrativos, quizás sea Bartleby y compañía el mejor recibido.
El título del libro es una obvia referencia al personaje de Bartleby, el escribiente creado por Herman Melville, autor de Moby Dick. En el relato de aquel genio, Bartleby era un personaje bastante pasivo que ante cualquier solicitud de información o de trabajo, sencillamente respondía "Preferiría no hacerlo". Partiendo de esa negación a actuar, Vila-Matas elabora un homenaje a los escritores que, de un momento a otro, se negaron a escribir. Estos silencios literarios, muchas veces prolongados y otras veces definitivos, por una u otra circunstancia, son el marco en el cual el escritor español sitúa la historia de Marcelo, su protagonista, quien es también un escritor del No (escribió una novela veinticinco años atrás y no volvió a escribir) y lleva un diario que es a su vez un cuaderno de notas, comentando un texto invisible sobre todos estos autores que un día se negaron a escribir. Es una especie de detective de la negación literaria que rastrea historias y escritores y los trae hasta nosotros.
Vila-Matas habla de Robert Walser, para quien escribir que no se puede escribir, también es escribir; habla de Monterroso y Rulfo, quienes fueron copistas en México (colegas del Bartleby de Melville) y del silencio de este último, quien tras esas dos grandes obras que fueron Pedro Páramo y El llano en llamas no escribió por muchos años, según él porque “se me murió el tío Celerino, que era el que me contaba las historias”. Menciona a Rimbaud, quien escribió dos libros antes de los 19 años (impresionante dato si se analiza la fuerza de su obra y su trascendencia) y luego no escribió más; Sócrates nunca escribió y sus palabras nos fueron legadas por otro; habla de Salinger y menciona nombres y frases como “Fue como si alguien me lo dictara” o esa famosa cita de Marguerite Duras, que dice que escribir “también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido”.
En sus notas, Marcelo habla de personajes que tienen la intención de crear pero no crean nada (el Paludes de Gide o el hombre sin atributos de Müsil); habla de Clement Cadou, de Gregorio Martínez (cuyos libros eran escritos por su esposa, como en la cinta The wife con Glenn Close); menciona a María Lima Mendes, Ferrer Lenín, Felisberto Hernández, Pepín Bello, a Joseph Joubert quien “se pasó la vida buscando un libro que nunca escribió” y enumera silencios bastante prolongados como el de Emilio Adolfo Westphalen que duró cuarenta y cinco años. Y a estas estadísticas reales, agrega la ficción de un Marcelo que tiene pesadillas, habla con fantasmas y tiene conversaciones en su mente con Salilnger; y menciona a Pineda, un amigo del protagonista que escribe poemas de un verso y que incluso se fuma algunos de ellos.
Pero la pregunta capital que recorre todo el libro es ¿por qué un escritor deja de escribir? Además de la folclórica respuesta de Juan Rulfo, se incluyen otras razones por las cuales grandes nombres de la Literatura universal la abandonaron. Juan Ramón Jiménez dejó de escribir cuando murió su mujer, justo después de recibir el Nobel; Oscar Wilde dijo que “cuando no conocía la vida, escribía; ahora que conozco su significado, no tengo nada más que escribir”. Al final de su vida, el genio ruso Tolstoi “renunció a escribir, porque dijo que la escritura era la máxima responsable de su derrota moral” . Sobre Enrique Banchs, Borges dice (escribe Marcelo) que “Tal vez su propia destreza le hace desdeñar la literatura como un juego demasiado fácil” (el silencio de Banchs duró cincuenta y siete años). Se menciona también el silencio de Saramago los años después del Nobel, cuando no escribió, pero omite hablar del silencio de veinticinco años del portugués después de sus primeros dos libros.
Melville y Kafka son los principales maestros literarios del No, referidos a lo largo del libro de Vila-Matas, pero no menos interesantes son la frases de Marcelo: “Dios calla, es un maestro del silencio” o “Porque temo morir sin haber vivido”. Menciona el protagonista que Stendhal, otro gran escritor clásico, autor de Rojo y negro, dijo:
“Si hacia 1795 hubiese comentado a alguien mi proyecto de escribir, cualquier hombre sensato me habría dicho que escribiera dos horas todos los días, con o sin inspiración. Estas palabras me hubiesen permitido aprovechar los diez años de mi vida que malgasté totalmente aguardando la inspiración.”
Ya sea porque esperaban la inspiración, porque habían entendido la vida o porque alguien les robase las ideas (Paranoico Pérez, un personaje de una novela de Antonio de la Mota Ruiz no escribe porque Saramago le roba las ideas, así como se las robaba un cineasta a Álvaro Rousellot, personaje de un cuento de Bolaño), es evidente que la Literatura está llena de silencios, de vacíos porque “hasta las palabras nos abandonan”.
Kafka dijo que “un escritor que no escribe es un monstruo que invita a la locura” (¿sería el caso de Marcelo?) y quizás allí resida otra causa (o consecuencia) de los silencios literarios. Bartleby y compañía es un libro entretenido y muy informativo, especialmente para los amantes de la Literatura y para quienes escriben o desean hacerlo. Si bien es una obra narrativa, es difícil calificarlo como una novela en el sentido estricto de la palabra, pero se trata de otro experimento llevado a cabo con éxito por un gran escritor a quién le gustan este tipo de juegos literarios.
Reseñado por @cristiancaicedo
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